Quien ha escuchado alguna vez la voz de las montañas nunca la podrá olvidar (Proverbio Tibetano)

viernes, 21 de marzo de 2014

ESPIGÜETE: UN VIEJO SUEÑO

“El pico Espigüete es la más bella mole caliza no sólo de la Montaña Palentina sino también de la Cordillera Cantábrica, con sus 2.450 m. forma una majestuosa pirámide que parece emerger de las aguas del pantano de Camporredondo cual una isla en medio del océano, teniendo en la base los pequeños pero bellos pueblos de Cardaño de Abajo en la vertiente palentina y Valverde de la Sierra en la vertiente leonesa cual guardianes vigilando sus accesos” (Exposición de motivos de la Ley del 27 de junio de 2000 se promulgó la Ley de declaración del Parque Natural de las Fuentes Carrionas y Fuente Cobre-Montaña Palentina).
  

Dejó escrito el maestro Rébuffat en su libro “Estrellas y borrascas”, una sublime frase  Shakesperiana: “De los sueños nacen las grandes alegrías de nuestra vida. Los sueños son siempre necesarios. Los prefiero a los recuerdos”, un credo que ha marcado los grandes proyectos a realizar en una vida.
Los viejos sueños... Rutas soñadas y recreadas en la imaginación. Nace la idea de la forma más inesperada, comienza la búsqueda de planos, fotos, libros, rutas posibles, opiniones... De repente, pasas horas y horas dedicando a planificar un proyecto sin fecha ni plazo, como un chiquillo que juega a ser mayor. Ideando “un crimen perfecto” que quizás jamás cometerás, pero para el cuál estarás preparado.

Lejano parece ya el año 2006, año que por avatares del destino laboral, tuve que marchar a tierras leonesas. Fue allí, donde me reencontré con Fer, mi primer amigo del preescolar  con quien desde entonces he mantenido una fuerte amistad pese al paso de los años (y ya van 30). Este reencuentro marcó nuestras vidas, ya que los dos teníamos una afición común que era la montaña. Pasamos noches y noches viendo capítulos de “Al Filo de lo Imposible”, hicimos juntos nuestras primeras salidas con piolet y crampones, animamos y contagiamos a otros amigos,  y lo que es más importante, nos atrevimos a soñar con grandes montañas. Algunas de ellas nos parecían imposibles, lejanas, improbables, pero es por ello que se convirtieron en “Viejos sueños”.

Fernando soñaba con el Naranjo de Bulnes, con Peña Santa y con otras grandes cumbres que solo se pueden subir escalando. Yo por mi parte, en la modestia de mis posibilidades, soñaba con Pirineos y Picos de Europa, en poder ascender algunas míticas cumbres en invierno, lejos de las aglomeraciones veraniegas, cuando en la montaña te encuentras a montañeros y no a domingueros. Cabe señalar, que lo que ninguno de los dos perdimos jamás de vista fue que, al igual que los grandes hacían en nuestras lecturas, nuestros proyectos debían estar impregnados de los grandes valores sin los cuales todo esto no tendría sentido. A fin de cuentas, los dos sabíamos que el alpinismo es un pretexto para la amistad.

En la oficina donde trabajaba por aquel entonces, teníamos un plano topográfico en 3D de Castilla y León. Lo recuerdo perfectamente porque las horas del café las pasaba contemplándolo, analizando los Picos de Europa, las Ubiñas, Fuentes Carrionas... Y así, de los grandes conjuntos montañosos fui extrayendo nombres: Torrecerredo, los Llambriones, el Friero, la Palanca, los Cabrones, el Curavacas, y una montaña con nombre peculiar, solitaria y muy prominente: el Espigüete.

Por los mismos avatares que había ido a León, regresé tras 6 meses a mi Rioja natal, a trabajar en la campaña estival de incendios forestales. Este hecho, me permitió disfrutar de uno de los mejores veranos de mi vida, ya que el trabajo a turnos me permitía tener 5 días libres (en algunos casos más) para poder viajar a la montaña.
Muchos kilómetros recorrí, tanto en coche como a pie. Pero no fue sino en la realización de la travesía del Macizo Central de Picos de Europa, cuando vi por primera vez el Espigüete. Fue un breve encuentro, desde el coche, de pasada, fugaz, pero su visión me cautivó. Me enamoré de esa solitaria mole calcárea y empecé a tenerla presente, a desear subirla.
En aquella travesía por Picos de Europa, aparte de conocer una de las cadenas montañosas que más me ha marcado en mi vida, también aprendí que no estaba por aquel entonces a la altura de aquellas montañas, que si quería subirlas necesitaba tiempo y preparación. A fin de cuentas, como dijo Jerzy Kukuczka “Lo que es fácil no produce la satisfacción que aquello que nos cuesta esfuerzo”. Aquellas Ítacas estaban aún lejanas de mi puerto.

Cuando regresé al trabajo, a la monotonía de la base, en mi mente estaban aquellas montañas, y en especial el Espigüete. Y fue allí, donde conocí a otra de esas grandes personas que la vida te brinda para acompañar el camino. Esta persona es Pablo “el Busti”.

Por afinidad laboral (ambos estudiamos lo mismo) y también por pasión compartida por la montaña, congeniamos con rapidez.  Y fue charlando con él, cuando me dijo que ya había subido el Espigüete en invierno, que era un montañón impresionante, y así estuvimos hablando por horas. Nos recreamos con ascensiones y paisajes que ambos conocíamos, y otros que queríamos conocer. De esta forma nació otra de las grandes amistades que la montaña me ha brindado.
Pasados los años, Pablo se ha convertido en uno de mis referentes en la montaña. Sus consejos y enseñanzas le han convertido en mi maestro en este mundo del montañismo. Es a él a quien consulto sobre mis objetivos y evolución, siendo siempre su opinión sincera y amable. Así mismo, ha sido en su compañía con quien siempre he dado un paso adelante en el nivel de mis actividades, siempre que me acuerdo de él me viene a la memoria la frase del inigualable Walter Bonatti: “No llegué nunca a congeniar con el concepto de cobrar por una ascensión que debería compartirse simplemente por cariño hacia quien te acompaña".

Y así, de esta forma nació el proyecto del Espigüete. Siete años han pasado desde aquél viaje y aquella conversación. Siete años subiendo otras montañas, mejorando, dudando, alumbrando otros Viejos Sueños, cumpliendo otros proyectos para los que se alineaban los planetas; pero siete años soñando con que el día de enfrentarse al Espigüete iba a llegar. Siete años en los que los zarpazos de la montaña nos tocaron, siendo el Espigüete el que arañó a Pablo en las carnes de dos grandes amigos. Años en los que pensar y reflexionar. Pero por fin llegó el momento de la reconciliación. Llegó el día en que nos tocó subir el  Espigüete por el Corredor Norte, una ruta clásica.

Partimos de Logroño casi de noche un viernes tras recoger a Jara que venía de Zaragoza. Conocí a Jara, la pareja de Pablo, ese mismo día. Hay personas que antes de conocerlas sabes que te van a caer bien, y este fue uno de esos casos.
Camino de Palencia, pensaba una y otra vez que por fin había llegado el día: daban buena previsión del tiempo; la compañía era inmejorable en todos los aspectos; mi estado físico y anímico era el mejor que he tenido en años... e incluso un inesperado encuentro con un miembro del Benemérito cuerpo, pasó sin contratiempo alguno.  Esto último confirmó todo, era nuestro día.

Llegamos al aparcamiento donde se inicia la ruta sobre las 12:00 de la noche. Era una noche despejada, de luna llena, con todas las estrellas imaginables en el firmamento;  “el cielo era tan bonito como un traje de noche” seguramente Rebuffat, vivaqueara en el Piz Badile bajo algo parecido leyendo su descripción. La luz que reflejaba la luna permitía que caminásemos sin necesidad de frontales, y pese a los – 2o C que marcaba el termómetro del coche, no teníamos sensación de frío. Caminamos una media hora sobre la nieve helada del camino hasta llegar al refugio donde íbamos a pasar la noche. Era una noche espectacular que en sí misma ya hubiera justificado el viaje.

Alcanzamos el refugio cansados por el viaje y por la hora, así que sin perder el tiempo nos metimos al saco para intentar conciliar un reparador sueño. Digo intentar, porque pese a ser un profesional en quedarme dormido en cualquier lugar, aquella noche no pegué ojo. Como un chiquillo me comían los nervios de estar allí, las ganas de que amaneciese y poder subir aquel pico que tanto anhelaba conocer. También tuvieron su lugar las dudas, los negros fantasmas de esta montaña y las reflexiones sobre si no estaría sobrestimando mis posibilidades.

Terminada la noche llegó la mañana. Los primeros rayos de luz entraron por la ventana enfrente de la cual había puesto “hábilmente” mi saco,  y salimos del mismo. Para variar en estos asuntos, yo salí el último aprovechando esos cinco minutitos más tan sabrosos... Preparadas las mochilas y habiendo dejado el material que no íbamos a subir recogido, nos dispusimos a desayunar.
La primera imagen del día fue sobrecogedora por su belleza, ante el refugio se alzaba una visión increíble de la cara Noreste del Espigüete, sobre la cual empezaban a incidir los primeros rayos de sol del amanecer.


Poder disfrutar de esta visión en la soledad acompañada de mis amigos, cargó de energía mi cuerpo y disipó las dudas que pudiera albergar mi alma. Sin duda alguna, era el día que tantos años había esperado.  A la cabeza me vino aquella frase que alguien dijo: “Ver más o menos cerca una montaña y no sentir deseos de subirla es imposible”. Pues lo dicho, era imposible no querer subirla y habíamos venido a eso, así que sin más demora nos preparamos para marchar, dejando atrás las “comodidades” del refugio de Mazobres.


El sendero era claro y estaba bastante pisado, ya que conduce a la cascada del mismo nombre que el refugio. Este paraje, como pudimos comprobar más tarde, es bastante frecuentado por excursionistas.


En este punto, decidimos abandonar la pista y comenzamos a ascender siguiendo una de las huellas que subían por la ladera, de esta forma se recortaría un tramo de aproximación. Ya en este punto sacamos los crampones, el piolet y nos pusimos los cascos; también aprovechamos para hidratarnos un poco. De esta forma, ya no tendríamos que hacer una parada en la base del corredor.


Al poco tiempo de andar, tras subir la pequeña loma, se abrió ante nosotros una visión de sobrecogedora belleza: La cara norte del Espigüete.


La primera vez que la vi, me parecía estar contemplando alguno de los paisajes que había admirado este verano en los Alpes. De una belleza desgarradora a la par que amenazante en la sombra; estaba ante nosotros la pared norte que había ocupado nuestras mentes tantos años. En ese momento me dije a mi mismo que había merecido la pena la larga espera, aunque solo fuera por poder ver como los rayos de sol empezaban a incidir en ella, aunque por cualquier designio infortunado tuviera que marchar de allí. Estaba cautivado por aquella visión que me hacía contener el aliento y me ponía los pelos como escarpias. Estaba ante uno de mis Viejos Sueños, y como escribió Calderon de la Barca:


“Yo sueño que estoy aquí
destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son”

Ante nuestro Viejo Sueño, Pablo nos explicó la ruta que tanto deseábamos hacer; indicando los tramos de más inclinación y las posibles dificultades que podríamos encontrar. Todo era favorable y hacía presagiar que iba a ser una gran jornada. ¿Por fin íbamos a empezar a transformar el sueño en realidad o es que íbamos a soñar despiertos? Como escribió Shakespeare: “Somos del mismo material con que se tejen los sueños, nuestra pequeña vida está rodeada de sueños”.



Sin más divagaciones, nos pusimos en marcha ya que el sol empezaba a hacer su aparición y no queríamos desaprovechar las buenas condiciones que en ese momento presentaba la nieve, ni sufrir el calor del sol reflejado.
  

Jara y Pablo iban en cabeza, mientras que yo les intentaba seguir. Esta pareja son unos fenómenos en todos los sentidos. Tanto en los aspectos humanos como en los físicos, son unos fueras de serie con los que podría ir al mismísimo infierno. Verles y estar junto a ellos, además de un placer para el alma, imprime seguridad en la actividad. Aunque a ellos les salten los colores y digan que no se merecen estos elogios, no quiero que su propia modestia les prive de mis merecidas palabras.



El primer tramo del corredor no presenta más dificultad que una prolongada pendiente de nieve. El esfuerzo quedaba mitigado por el escenario donde se desarrollaba, y la única posible pega era que la costra de hielo superficial caía rodando pendiente abajo. Este hecho no tenía consecuencias ya que no había piedras y llevábamos casco protegiendo las cabezas.


Llegados a la mitad de la pared, el corredor vira hacia la derecha, empezando los tramos con más pendiente de la ruta, cogiendo una inclinación de unos 45o en el inicio. Fue en este punto donde paramos, nos volvimos a hidratar y dejamos que nos adelantase otro grupo que estaba haciendo la ruta. Ellos iban con dos piolets, pero nosotros descartamos sacar el segundo ya que no vimos la necesidad de ello.



Echando un vistazo a lo que llevábamos ya hecho, tomé conciencia de la magnitud de la ruta en la que estábamos metidos.


En este punto pedí a mis compañeros que me dejasen ir en medio, ya que yendo el último me sentía más inseguro. El corredor en este tramo llega a los 50o. No cabe decir, que no pusieron objeción alguna sino todo atención y preocupación hacia mí.  “Somos hombres sobre una patria de roca y caminamos hacia la misma estrella”, con toda seguridad que el maestro Rebuffat estaría pensando en gente como mis compañeros cuando escribió esta sublime frase, o al menos yo lo pienso así.





Y volviendo la mirada al horizonte, rompiendo la monotonía blanca de la pared, pude contemplar por primera vez la hermosura pura de la montaña Palentina y de las primeras visiones de los Picos de Europa.



Poco a  poco, la ruta iba virando hacia la izquierda, lo cual indicaba que ya tenía que estar cerca la salida hacia la arista cimera que une la cumbre principal con la cima este.






Y efectivamente, la salida estaba allí.


La vista de la salida a la arista es indescriptible. No puedo expresar lo que sentí en aquellos momentos; la alegría de vivir y sentir la libertad de estar vivo... Pensé en aquel momento en mucha gente, en muchas cosas, en los años pasados... Y todavía  nos quedaba la arista cimera para llegar a la cumbre final. ¿Qué me iba a quedar por sentir para cuando llegase allí, si aún no habíamos terminado y la alegría de mi alma no cabía ya en mi cuerpo? “No existe la locura sino gente que sueña despierta”.



Reunidos los tres, emprendimos el camino hacia la cumbre por la arista cimera. Este camino ha sido uno de los más bellos recorridos que he hecho en mi vida.




Hasta que por fin llegamos a la cumbre principal, culminando el proyecto con el que nos habíamos atrevido a soñar un día.



“El tiempo no solo se mide en días, se mide en profundidad e intensidad, en pasión por perseguir y hacer realidad los sueños” (Sebastián Álvaro).


Con los Macizos Central  y Occidental de Picos de Europa como telón de fondo, donde empezó a forjarse este sueño ahora hecho realidad; donde moran el Naranjo de Bulnes y Peña Santa de Castilla, los viejos sueños que Fer tenía en aquel lejano 2007, cuando nos atrevimos a empezar a imaginar nuestros proyectos. Él ya había cumplido con su parte, acordándose de mí siempre desde sus cumbres; ahora me tocaba a mí acordarme de él, sentir que pese a que no estaba allí arriba en cuerpo, lo estaba en alma.
Y es que “en la cima no hay nada, solo la historia que has escrito con tu vida para llegar” como ya dijo alguien alguna vez. Por eso, en mis cimas, en la historia que he escrito en mi vida, hay muchos amigos que aunque no están presentes, si acompañan mi corazón y por eso les considero parte de todo esto.


Con la gran oscura mole del Curavacas vigilándonos desde el fondo, como si supiese que nuestros ojos ya habían puesto su mirada sobre él, recordando una de las grandes frases que nos dejó Iñaki Ochoa de Olza sobre las montañas pusimos la guinda al pastel: “Las sirenas, son las sirenas que atraen a los que nacimos lejos del mar. Las montañas nos llaman y vamos hacia ellas, y no hay fuerza humana que arranque nuestro espíritu y nos traiga. Siempre estarán y siempre volveremos a ellas”.


 Pero también hay que recordar que la cima solo es la mitad del camino, “Libérame cumbre de pensar que llegué a lo más alto”, dijo Alberto Iñurrategui adaptando el poema “Canto de libertad”. Queda volver para poder celebrar, y sabemos que lo que hemos subido con esfuerzo y concentración queda por bajar.
Abajo nos espera una cerveza casera y el poder saborear lo hecho, pero todavía nos separan 1.300 metros de desnivel y unos 5 km de distancia, así que ya tendremos tiempo  de pensar en ello cuando estemos abajo.

Descartada la cima este y el descenso por la cara noreste, no nos queda sino bajar por el mismo corredor norte que hemos subido, aunque la nieve haya cambiado sus condiciones y ahora esté más derretida por el sol.


Poco a poco vamos perdiendo altura. En nuestro descenso debemos apartarnos en algún momento debido a que algún grupo sube.


Sorpresa desagradable nos llevamos cuando vimos que algunos miembros que subían no llevaban crampones. ¿Tendría benevolencia la montaña esta vez con los imprudentes? En nuestro foro interno esperábamos que la respuesta fuese si, aunque no entendiésemos por qué la gente juega a la ruleta rusa con tanta facilidad.



Por fin la bajada del corredor terminó y echamos la mirada atrás, viendo el camino recorrido.


Una última mirada a la cara norte con el sol del medio día incidiendo sobre ella.


Ya estábamos fuera de la ruta, en la sencillez del sendero de vuelta al refugio, cruzándonos con senderistas y domingueros que nos miraban como si fuésemos de otro mundo.

Quizás no seamos de otro mundo, pero sí que volvemos de otra realidad alejada del mundo cotidiano. Otro mundo donde no rigen las leyes humanas y donde no existe la concepción egocéntrica de las cosas, donde el hombre es la parte más frágil y donde su presencia no encaja. Un mundo donde sentir es vivir, donde sientes la plenitud y la alegría de estar vivo. Un mundo donde vives tus sueños  y no sueñas tu vida, como escribía Bonatti.

Ya en el aparcamiento, disfrutando de mi primera cerveza casera y de la comida que compartieron mis inigualables compañeros, pudimos disfrutar de haber cumplido nuestro Viejo Sueño, de poder cerrar ese periodo de siete años, de sus luces y sombras. Y como no, de empezar a hablar de otros horizontes y otras montañas.

Como nos dejó escrito la gran Miriam García Pascual: “Que nunca falte una montaña en tus sueños”, porque “un hombre que no se alimenta de sus sueños, envejece pronto”. Y personalmente creo que me quedan muchos sueños que realizar y como canta el sabio Sabina, “el traje de madera, que estrenaré, no está siquiera plantado”.