Aunque hayan pasado unos
cuantos meses y sea un tanto difícil escribir sobre hechos pasados
en primavera, no deja de ser también paradójico pasar frío en pleno agosto. Con
esta afirmación, quizás me quiera reafirmar a mí mismo, que al igual que el
tiempo atmosférico es paradójico, también mi lentitud en escribir este post se
deba a hechos del azar y no a las circunstancias personales (o laborales) que
sufro. Puede que sea un juego mental de autoengaño, pero el hecho es que por
fin, y tras muchos intentos, he retomado el blog.
Trabajar seis días
seguidos en el monte, en una torreta de vigilancia de incendios forestales, puede sonar bucólico para el que no lo ha hecho nunca, pero la realidad dista
mucho de la imaginación (así como la nómina de ser un sueldo digno). No sé si
será debido al frío, a tener delante el Moncayo (que me evoca muy buenos
recuerdos), o el olor a jabalí que desprendo por estar seis días sin ducha; el
caso es que por fin, he roto la barrera psicológica del folio en blanco y
definitivamente me he puesto a teclear.
La última entrada que publiqué, terminaba
contando cómo nos habíamos tenido que dar la vuelta cerca del Collado de Pondiellos, camino de los Infiernos, y el aluvión de sentimientos
encontrados que provocó dicha acertada pero dolorosa decisión. Así, si como las
leyes de la física dictan toda acción
provoca una reacción, aquella retirada tuvo una reacción mental de análisis
personal. Si como dijo Admusen “Las
derrotas llegan ellas solas y señalan con el dedo al derrotado”, en este
caso el dedo acusador solamente señaló a las circunstancias personales de los
que afrontamos la ascensión.
Hablar de victoria o derrota, en mi modesta
opinión, puede tener cabida para otros deportes donde el clamor de los
estadios, endiosa o humilla a los participantes, lugar en el que el carácter
competitivo impera e impone su ley como si del Coliseo Romano se tratase. Sin
embargo, en el silencio de los reinos de las montañas que vivo, comparto y
otros comparten conmigo, este carácter no tiene cabida. Es por ello, que
considero que llegar a la cumbre no es sino una oportunidad para reflexionar,
aprender y afrontar miedos y fantasmas que cada uno llevamos en nuestras
espaldas a modo de mochilas. Y es este el mayor y más difícil de los desafíos
personales: desenmascarar y enfrentarse a las limitaciones que uno mismo se
autoimpone al salir de su zona de confort, discerniendo si responden a la
magnitud del reto o solamente al humano miedo ante lo desconocido. “La lucidez consiste en aprender a conocer
nuestros propios límites, aunque procurando ampliarlos así como aceptarlos
(Gaston Rebuffat)”.
De esta forma, la montaña nos brinda una
nueva oportunidad de ser libres a través del autoconocimiento, del
descubrimiento de nuestro yo más profundo y de nuestras potencialidades reales,
alejadas de estereotipos y reglamentaciones del modo de ser y vivir. En una
sociedad que nos ha transformado en esclavos del consumismo, de modas,
apariencias y un largo etc, surge el descubrimiento de una esclavitud
alternativa, una esclavitud que Miriam García bautizó como “la esclavitud del viento”, donde
nosotros mismos, única y exclusivamente, somos nuestros jueces. Esta “esclavitud alternativa”, nos hace
conscientes de nuestros sueños no vividos, de alegrías multiplicadas, de
tesoros intransferibles; nos brinda, en definitiva, poder disfrutar de “la última de las libertades humanas: la
capacidad de elegir la actitud personal ante un conjunto de circunstancias
(Victor Frankl)”. Es curioso, y reseñable, como este concepto enunciado en
una de las ramas del análisis existencial psiquiátrico, forma parte de las
enseñanzas que la montaña brinda a quien
se atreve a conocer y a cuestionarse a sí mismo.
Retomando el tema, como decía antes, el
dedo acusador señaló a las circunstancias personales. Cada uno sacó las suyas,
pero en mi caso, un mar de dudas sembró mi autoconfianza. Ver que la ira y frustración empañó nuestra salida a Pirineos,
aunque fuera temporalmente, fue como un torpedo a la línea de flotación de los
que yo creía férreos pilares de mi ideario. Cuando las reflexiones y críticas
personales tocan algo tan importante, la principal víctima es la propia
credibilidad y seguridad que uno tiene en sí mismo. Y sin ese aspecto, en mi
opinión, afrontar retos personales con nuevas ascensiones está condenado al
desastre. “Las preocupaciones, las dudas,
los temores y la falta de esperanza, son los enemigos que lentamente nos hacen
inclinarnos hacia la tierra y convertirnos en polvo antes de la muerte (Douglas
Mac Arthur)”. Así mismo, Anabel también tenía sus dudas y sacaba sus
propias conclusiones de aquella historia, y como no, hicimos puesta en común de
nuestras propias reflexiones.
Poder compartir la montaña con tu pareja es
algo excepcional, algo único que fortalece la relación, máxime cuando es a
través de dicha actividad a partir de la que surgió. Pero formar cordada, con
lazos más íntimos de lo habitual si cabe que un compañero, tiene sus
contrapartidas debidas al componente emocional. Si al igual que las alegrías
compartidas son mayores, también lo son
las dudas, sufrimientos o miedos que puedan afectar a la otra persona. Esto
implica un doble esfuerzo mutuo, una búsqueda de doble motivación y una lucha
contra fantasmas ajenos al propio ser; ajenos que no por ello desconocidos. No
obstante, cabe decir que poder llegar a superar estas situaciones refuerza, aún
más si cabe, los lazos por los que se comparte esta pasión.
Después de hablado y discutido el tema,
fueron muchas las opiniones y vueltas que dimos al tema, llegando a plantar
encima de la mesa la drástica opción de la retirada temporal de las montañas.
Finalmente, la decisión que adoptamos fue la de darnos una oportunidad de
enmienda. Si John Ammatt estaba en lo cierto y “La actitud interior es la llave del éxito. No la destreza, el
conocimiento o la educación”; esa
debía ser nuestra opción, cambiar nuestra actitud ante el revés y volver a
intentar ascender una de esas montañas que nos cautivan el alma. Esta vez sería
a cara o cruz, un intento de ver si nuestras sensaciones eran pasajeras o
teníamos que realmente replantearnos nuestras actividades. Personalmente, he de
reconocer, tenía miedo de que la moneda cayese del lado de la cruz y no fuese
algo pasajero, pero como reza cierta canción que Anabel me puso una vez: “Cuando las cosas se tuerzan y no haya
retorno, recuerda los días en globo y volverás a volar”. Así que recordando
los días de montaña que habíamos compartido juntos, reforcé mi esperanza en que
la moneda finalmente caería de cara y que volveríamos a “volar”.
Casualidades de la vida, en ese periodo de
tiempo recibí la llamada de David, un viejo (aunque joven) amigo que conocí en
aquel verano que volví de León para trabajar en la base de incendios
forestales. Aparte de ser un gran profesional y mejor persona, con David he
compartido montañas y muy buenos momentos. Persona positiva con quien nos
iríamos al fin del mundo, tiene además la virtud de inspirar confianza ciega en
quien lo acompaña, amén de ser un portento físico. Fue con él, con quien visité
por primera vez los Pirineos en aquel intento a los Infiernos que describí en la anterior entrada. El resumen de la
llamada se traduce en: “¿Cuándo vamos a
Pirineos? Tú eliges la ruta. Viene un amigo que no conoces. Yo voy con Anabel”.
Como era yo el que tenía que elegir ruta, me decidí por una de esas montañas
que varias veces había visto pero que nunca había intentado. El objetivo serían
los picos de las Frondiellas, en la
zona de Respomuso, que se enclava en
el Valle del Tena.
Situado al sur del tresmil más occidental
del Pirineo, el pico Balaitous (3.146
m), que se encuentra separado del eje de la cordillera por la Brecha Latour, destaca un importante
cordal en el que se localiza la cadena de las Frondellas o Frondiellas. Este agreste cresterío eleva varios
tresmiles: Aguja Cadier o pico Anónimo ( 3.016 m ), Frondiella Norte (3.053 m), Pico de la Frondiella o Frondiella Oriental
(3.060 m), Frondiella Central (3.049
m) y Frondiella Occidental (2.992 m).
El plan que decidimos hacer ocuparía un fin
de semana, y consistía en subir el sábado por la mañana al refugio de Respomuso (2.208 m), donde dejaríamos las mochilas, y
aprovecharíamos la tarde para hacer el Pico
Cristales (2.889 m), quedando para el día siguiente la ascensión de los Frondiellas.
La ruta
para llegar al refugio de Respomuso,
parte desde el embalse de La Sarra
siguiendo el trazado del GR-11. La descripción de esta parte de la ruta queda
recogida en el post del Llena Cantal.
Al final, los puntos de partida de las rutas son comunes para muchas
ascensiones y creo que no merece la pena repetir dichas partes. Únicamente cabe
mencionar, los restos de aludes que nos encontramos a lo largo del camino de
ascensión. Este año la cantidad de nieve que había caído durante el invierno en
el Pirineo, provocó numerosos aludes, llegando incluso uno de ellos a afectar
al refugio al que nos dirigíamos y que forzó su cierre temporal.
Pese a que un mes antes, habíamos visto
desde el Tebarray la zona totalmente
cubierta de nieve, las lluvias de la primavera se habían llevado una importante
cantidad de la misma. No obstante, al llegar al embalse que da nombre al
refugio, la mirada se pudo deleitar con un paisaje que nunca deja indiferente
por muchas veces que se haya estado ante él. Su fuerza y espectacularidad,
hablan por sí mismos.
Como siempre las pirámides, con el Llena Cantal como protagonista,
dominaban y cortaban el horizonte.
Llegados al refugio procedimos a dejar las
mochilas en nuestras taquillas, comer algo y prepararnos para hacer la ruta con
la que pretendíamos ocupar la tarde, la ascensión del Pico Cristales.
El Pico
Cristales o Gabizo-Cristales (2.890
m) es la cumbre que cierra por el sureste la vuelta Barrada, espectacular circo
al sureste del Balaitous. Sus
impresionantes vistas del macizo y su baja dificultad técnica, hacen que sea
una cumbre frecuentada en el entorno del refugio de Respomuso, aunque no sea
excesivamente prominente respecto a la cumbre del Pic Soulano (2.911 m), de la que se encuentre separada por la célebre
Cresta del Diablo, una de las más
míticas travesías de escalada del Pirineo.
La ruta
para ascender al Cristales que había
visto en planos y guías, parte desde el refugio de Respomuso, toma la salida
indicada hacia la Facha y el Refugio Wallon hasta alcanzar el Ibón de Campo Plano donde, bordeándolo por
la derecha, se gira después en dirección noreste, hacia al collado de la Peira
de San Martín (2.295 m), que se alcanza por el camino del HPR o Alta Ruta Pirenaica
(sendero transpirenaico de mayor dificultad y dureza que el GR-11). Desde aquí
se ataca la empinada rampa hacia el noroeste para alcanzar la cumbre.
Las guías hablan de una maravillosa vista,
una de las mejores del valle de Tena. En la cima se encuentras un vivac que se
usa por parte de quienes desean realizar la cresta del Diablo, ya que es su
punto de inicio. No obstante, la ruta que más se recomienda para realizar la
cresta emplea el acceso directo al collado del Canino (2.820 m), que separa el Cristales
del resto de la Cresta del Diablo (2.865
m), entrando desde el Ibón de Esclusera,
no atravesando su cima. Este collado tiene un gendarme que suele denominarse Canino del Diablo (2.845 m) y que se puede
identificar claramente en la cresta.
Durante el tiempo que estuvimos en el
refugio preparándonos, David y Anabel aprovecharon para consultar al guarda del
refugio a cerca de la ruta. Solo con posterioridad nos daríamos cuenta que las
indicaciones que les dieron eran de otra variante para alcanzar la cumbre que no teníamos en nuestro plano. Pero solo
con posterioridad y después de una intensa y bonita tarde. Pero después lo
comentaré.
Partimos en dirección al Ibón de Campo Plano como decían las
referencias que teníamos. El sendero, que estaba tapizado con una capa de nieve
que ocultaban los helados Ibones de las
Ranas, estaba presidido por la imponente visión de la pirámide de la Gran Facha (3.005 m). Llevo años con esa
pirámide en la cabeza, pero nunca le he sacado su digno tiempo. Algún día
volveré a hacer este camino con ella como objetivo, pero esa será otra
historia.
Llegados hasta el Ibón de Campo Plano, teníamos ante nosotros los picos que quedan al
noroeste del Collado de la Facha: Peña Aragón, el Pic Cambales, el puerto de
Azún y el Pico de la Pereira.
Atravesamos el Ibón sin problemas, algunas
veces encima de su superficie helada y otras de piedra en piedra.
Poder compartir estos paisajes con buenos
amigos y con Anabel, justificaba ya de por sí el viaje. Es en la montaña uno de
los pocos sitios donde no me siento perdido en este periodo de mi vida. Es tan
diferente a la vida real, tan auténtico; un refugio donde ser y no aparentar,
un lugar donde las reglas están claras y no depende de las circunstancias no
escritas del mundo social y político, un espacio donde sentir y vivir con
libertad.
Una vez cruzado el ibón, continuamos
ascendiendo hacia el Collado de la Peira
de San Martín.
Desde las inmediaciones del Collado, podíamos ver hacia el este las
cumbres del Pic de Cambales y Peña Aragón, así como el Peyregnets
de Cambales. Este cordal forma la frontera con Francia.
Mirando hacia el sur, recortaban el horizonte viejos
conocidos: el Tebarray, el Llena Cantal, el Campoplano, el Piedrafita
y La Gran Facha.
Llegados o más bien pasados del Collado de San Martín, nos dimos cuenta
que teníamos que virar hacia el oeste por debajo de la línea de cumbres, así
que perdimos un poco de tiempo en resituarnos, ya que cada uno iba ensimismado
y nos habíamos pasado el punto, y estábamos en Francia siguiendo el trazado del
HPR.
Volviendo
atrás conseguimos localizar los hitos que entendíamos deberíamos haber seguido
con anterioridad. Pero en mi cabeza una nueva inquietud apareció: el horario
que llevábamos. Estimé nos quedarían por lo menos 45 minutos para llegar a la
cumbre, y si teníamos que volver a deshacer el camino, seguramente iba a
empezar a oscurecer. Además, no quería forzar a Anabel a andar con ese temor.
Así que, con cierto pesar pero satisfecho con lo hecho y pensando en que al día
siguiente nos esperaban las Frondiellas,
decidí consultar a Anabel sobre darnos la vuelta. Su opinión era similar a la
mía, así que, tras comentar con David y Victor, nos dimos la vuelta. Ellos dos
por su parte, decidieron seguir adelante.
Deleitándonos con una última vista a las crestas de
los Peyregnets, cuajadas de agujas, que
se elevaban entre jirones de nubes sobre el Valle
de Arrens, dimos por terminada nuestra ascensión, tocando ahora bajar.
Poco
antes de la cima, viendo un camino alternativo de bajada, Victor decidió esperar
allí a que David hiciese cumbre en solitario para posteriormente bajar por ese
sendero que no era por el que habían subido.
Las
fotos de cumbre que a continuación pongo, son las que me pasó David. Aunque nosotros
no estuviésemos con él físicamente arriba, una parte de nuestra alma estaba con
él. Y qué decir cabe, me alegró que llegase aunque fuese sin nosotros.
Hacia
el Balaitús, se ve el arranque de la Cresta
del Diablo y los neveros dejaba adivinar las vaguadas de las brechas Cadier y Latour. Así mismo, también se puede ver el Frondiella Norte y el Oriental.
Por
nuestra parte, deshicimos el camino que habíamos hecho. Cuando estábamos en el Ibón de Campo Plano pudimos ver como
nuestros amigos bajaban por otra ruta que no era la que habíamos seguido. En
este momento, entendimos las indicaciones que nos había dado el guarda del
refugio, y pudimos comprobar que había otra ruta más corta que la que habíamos
seguido.
Bordeando
el ibón por la izquierda, sobre terreno más incómodo y abrupto con repisas
rocosas y empinadas rampas, se sale a media ladera empalmando con la parte
final la ruta anterior.
Al
verles, la alegría nos invadió. La niebla se estaba echando por la ruta por la
que habíamos subido, y nos preocupaba que tuvieran algún problema si se
cerraba.
Ya
todos juntos, regresamos al refugio con el sol de la tarde iluminando nuestro
camino y nuestros satisfechos rostros.
Ya en el
refugio, procedimos a cenar y tomar unas cervezas antes de dormir. Cabe
señalar, que antes de irme a dormir me llevé una grata sorpresa. Además de
muchas fotografías de montañas, planos y comentarios de rutas; en las paredes
de los refugios suele haber algún hueco reservado a la poesía o a algún pequeño
escrito. La montaña es poesía en sí misma, y no hace falta ni mencionar los
sentimientos que arranca al alma. Allí, junto a fotos de nevados picos,
enmarcado estaba el siguiente texto, tras cuya lectura marche a soñar
plácidamente.
“Soñar entre rocas, por colinas y
ríos, adentrarse en silencio por regiones boscosas donde está cuanto escapa del
dominio del hombre. ¡Donde huellas mortales tal vez nunca han llegado!
Escalar por montañas invisibles, sin
rastro, como animal salvaje, y a solas, embebido, contemplar las cascadas,
los barrancos más altos, eso no es
soledad: es más bien comulgar, sumergirse en la magia de la naturaleza (Lord
Byron)”.
Tras una
noche inusualmente calmada de ronquidos, nos levantamos temprano para desayunar
y salir con el frescor de la mañana y aprovechar la nieve dura. El revuelo en
el refugio era grande, ya que un grupo numeroso se iba hacia el Balaitus. Con ese dato, era de esperar
que poca gente fuese a las Frondiellas,
así que casi con seguridad íbamos a tener el placer de hacer una ruta así en
soledad.
Desde el
refugio, la ruta habitual empieza elevándose por el barranco de Respomuso,
camino en común con la ruta al Balaitus
por la Brecha Latour.
A
medida que se va ganando altura, va apareciendo ante nosotros la muralla que
forma la Cresta del Diablo, con su
afilado filo cortando el horizonte.
El
camino siempre es pendiente arriba, no dando nunca un respiro en llano a las
piernas.
A
una altura aproximada de 2.470 m, el camino abandona definitivamente el sendero
que se dirige a la Brecha de Latour, una
flecha con el nombre de Frondiellas
indica que hay que girar a la izquierda (oeste), para pasar bajo la arista Le Bondidier y enfilar al Norte,
penetrando de este modo en la llamada Combe
Vallon.
Pasando por debajo de la
arista Le Bondidier.
Una mirada atrás, el Valle de Respomuso con sus pirámides y
el Musales.
Hay
momentos en los que el alma se encierra en el cuerpo para disfrutar de la
soledad de estos salvajes paisajes de silencio. Estar allí, con un grupo de
amigos y tu pareja, compartiendo esfuerzos y anhelos, compartiendo la esencia
que la libertad individual imprime a la personalidad en un espacio libre; todo
ello es un regalo para los sentidos.
En el Combe Vallon, con los Frondiellas Oriental y Norte en frente y la arista Le Bondidier cerrando el circo.
Detalle
del Canal Vallot, punto clave para el
acceso al cordal de las Frondiellas.
El
Canal Vallot es una chimenea formada
bajo el cordal de los Frondiellas. En
verano, puede suponer (según referencias) una trepada I+ o incluso II-, pero
sin especial dificultad. Nosotros lo que encontramos fue un corredor de nieve
de unos 45º. La mayor dificultad que encontramos, fue el estado de la nieve, ya
que estaba empezando a transformar y no tenía la consistencia más deseable.
La
pendiente sostenida a lo largo de la canal, da paso a una reducción de la misma
que es la antesala del final del camino. Nada más salir de la pendiente,
tenemos ante nosotros la primera cumbre, el Frondiella
Central.
Una mirada atrás en la salida y frente al pico
central, nos conquista con la visión: al fondo el siempre imponente Vignemale, el mítico Monte Perdido en el que se intuye el
final de la escupidera, los Picos de la Cascada y la Brecha de Rolando de Gavarnie, la mole
negra de la cara norte del Taillón y el cierre con los Gabietos; y en un primer
plano las imponentes pirámides de La Gran Facha y el Llena Cantal, entre los cuales queda como en segundo plano el Piedrafita.
Y
así vamos llegando todos arriba, abrazando primero al que llegó antes y
fotografiando después al que nos sigue.
Una
vista panorámica desde el Frondiella
Central: ante nosotros la inmensidad de los valles pirenaicos de Francia y
de Huesca.
Son
momentos que miden la hermosura de la vida, de la belleza pura, de la
profundidad del ser, de la contemplación del alma desnuda ante un mundo
inabarcable. Momentos de cura del egoísta egocentrismo que contamina el corazón
de los hombres, que esclaviza y uniforma anhelos y sueños humanos, personales y
únicos.
En
una vista más individualizada, aparece ante nosotros el Balaitus, protagonista indiscutible del valle. Hace casi un año,
Javi y “el Moro”, amigos y compañeros de esta pasión, lo ascendieron; dejándome
a mí el deseo transformado en sueño de poder subirlo el presente verano. Cabe
decir, que David se ofreció voluntario a compartir conmigo dicho sueño, hecho
que hace que empiece a soñar despierto y a saber que, en su compañía,
lograremos ver el mundo desde su cima.
A
la derecha, quedaban la Aguja Cadier, el Frondiellas Norte y el Frondiellas
Oriental.
¡Lo
conseguimos! Después de tantas dudas y vueltas, la moneda había caído de cara.
Después de lo escrito sobra decir las sensaciones que en ese momento nos
invadieron; y aunque no sonría en la foto (causa de más de una coña),
desbordaba alegría.
Ahora
solo restaba enfilar la cresta que da acceso al Frondiella Oriental. Hacia este pico, únicamente iríamos David y yo
debido a que Anabel y Víctor, dieron por terminada y satisfactoria su
ascensión.
Así
que con un piolet cada uno y las cámaras de fotos partimos ligeros hacia la
siguiente cumbre.
Una
trepada fácil en el cordal entre la Frondella
Central y el Pico de la
Frondella o Frondiella Oriental, será la única dificultad que tendremos que
salvar.
Un
piolet como buzón de cumbre nos indica que hemos llegado.
Sin
más historia que la propia ya escrita, descartamos continuar hacia el Frondiella Norte y retrocedimos sobre
nuestros pasos para comer algo y tomar ese café que David había insistido en
subir.
Tomar
un café en la compañía de amigos a 3.000 metros de altura es otro de esos
pequeños placeres con el que nos deleita la montaña. Momentos únicos e
inolvidables desde un mirador excepcional, en la compañía de almas selectas que
comparten senda hacia Ítaca. Momentos de vida y alegría que serán llama de
esperanza y luz cuando, envueltos en la tragicomedia diaria que es la rutina en
la ciudad, nuestra actitud ante el camino intente cambiar hacia rumbos no
deseados.
¿Cuántos
cafés con cuántos amigos he tomado en mi vida? Muchos, y es por ello que la
pena de no tener su presencia, se desvanece con la alegría de su recuerdo vivo.
Cómo no, tuvieron su momento de recuerdo, porque son parte de mi vida, mi
historia personal, y esta cima no es sino otro párrafo más escrita en ella.
Disfrutado
el momento nos tocaba bajar, dejar el mundo donde los antiguos creían que
moraban sus dioses. Con el júbilo de haber estado en este Olimpo terrenal,
emprendimos la baja del tramo más difícil de la ruta, la Canal Vallot.
Una
mirada hacia el este durante la bajada de la Canal: la arista Le Bondidier
en primer plano y la Cresta del Diablo
en segundo.
Es
una regla áurea no escrita la que dice que hasta
que no estés abajo no celebres la cima. Siempre la he tenido presente. Aquel
día aprendí bien la lección, sin consecuencias, pero con el sentimiento de la
fragilidad humana a flor de piel, y con el presente recuerdo de que las reglas
de juego en la montaña, pueden no perdonar por muy fácil que sea la ruta.
En
un momento de despiste, intentando ayudar en un paso a Anabel, la nieve sobre
la que se clavaban mis crampones se hundió, provocando que se rompiese mi
asiento. En un momento me vi deslizándome por la nieve pendiente abajo. Aunque
la maniobra de auto-detención me salió instintivamente, debido al estado de
transformación de la nieve el piolet se
clavaba pero no encontraba la resistencia necesaria para frenarme. Si bien es
cierto que la velocidad era lenta y permitía controlar la caída, no es menos
verdad que estar en esa situación dista de ser agradable. Unos cuantos metros
después, ya habiéndome deslizado por el peor tramo de la Canal, conseguí parar
definitivamente. Acto seguido me dirigí hacia unas piedras para sentarme.
Sentado
en la piedra varios pensamientos cruzaron mi cabeza. El primero era ver que
había mantenido la calma en la caída, no entrando en modo pánico, lo cual era
positivo. El segundo fue el de pensar que hubiese pasado si fuese este otro
punto de Pirineos. Y el último fue el de aceptar lo ocurrido y aprender para la
próxima vez, porque caerse y errar en la vida, es una forja para el carácter.
Debido
a la caída, fui el primero en descender hasta la Comba Vallot y me tocó esperar al resto.
La
bajada, ya sin ningún punto difícil, se convirtió en un último postre que se
nos brindaba. Una vez más, la montaña se había convertido en el más sereno
paseo por nuestra esencia, y esos
momentos hay que disfrutarlos hasta el final.
Llegados
al refugio, procedimos a recoger nuestras cosas y cambiarnos el calzado. Como
no podía ser de otra forma, y ahora que si habíamos terminado la ruta,
procedimos a celebrar.
Para
aquellos que puedan pensar que la cerveza es vicio, dejaré esta imagen donde se
recoge el consejo de las marmotas guardas del refugio. Y si lo dicen unas
marmotas que llevan una flor de edelweiss en el gorro, ¿quién soy yo para
llevarles la contraria?
Y
aquí finalizó la historia principal y de interés, el resto fue bajar al coche
por el GR-11 con la pena de tener que abandonar este espacio de libertad y
soledad acompañada pero con los ánimos renovados, las pilas cargadas y un nuevo
enfoque de nuestra actitud ante la vida.
Porque
al final, tanto en la vida como en la montaña, más allá de nuestros humanos y
personales límites, todo se resume en nuestra actitud al afrontarlos. Y es que, como dejó escrito John Amatt:
“La aventura no cuelga
de una cuerda en la pared de una montaña. La aventura es una actitud que
tenemos que adoptar ante los obstáculos de la vida cotidiana, en tanto que nos
aprovechamos de las nuevas circunstancias, probamos nuestras fuerzas contra lo
desconocido y sentimos durante el proceso nuestro propio y único potencial” .