Quien ha escuchado alguna vez la voz de las montañas nunca la podrá olvidar (Proverbio Tibetano)

domingo, 14 de septiembre de 2014

LLENA CANTAL: UNA JOYA A LA SOMBRA DE LOS 3.000

Un error común, que a mi juicio hemos cometido muchos de los que amamos las montañas, es el de prejuzgar la belleza de las mismas en base a su altura. Parece que solo nos sentimos atraídos por las cotas; por el hecho de superar un número como si fuese un fin, como si de una meta se tratase, olvidando que la altura es solo una propiedad más de las cimas. No seré yo, el que reste belleza a las altas montañas, ni pretendo que mi comentario anterior de esa idea. Únicamente quiero poner en valor a aquellas cumbres prominentes, bellas, solitarias, piramidales, dominadoras de valles, misteriosas e incluso técnicas que por no llegar a rebasar un cifra de altura son olvidadas.

Cuando empecé a practicar el montañismo, siempre asociaba los Pirineos a sus codiciados tresmiles, olvidando que existían más montañas. Así, cuando pude recorrer los senderos que atraviesan esta cordillera, quedé prendado por la belleza de infinidad de cumbres por debajo de la cota 3000 que existían.

No fue hasta pasado cierto tiempo, cuando vi uno de esos grandes de número por primera vez. He de decir, sin temor a avergonzarme, que mi visión solo se centró en él, obviando al resto que bajo su sombra moraban. No sé si podría calificarse de ambición o de pecado de juventud, pero desde entonces solo concentré mis deseos en ascender a esas altas montañas, olvidándome de que había hermanos menores que merecía el mismo respeto.

No fue hasta un tiempo después, cuando estando en un refugio de montaña, en uno de esos parajes mágicos rodeados de varias cumbres que superan los tres mil metros de altura, tuve una conversación fugaz con uno de sus guardas a cerca de rutas para hacer: “Todos suben aquí a hacer uno u otro tres mil, pero ese monte de ahí enfrente, para mí,  es el más bonito. Por su prominencia y soledad, tiene unas vistas inmejorables. Pero como le faltan 44 metros para ser un tresmil casi nadie lo sube”. Desde donde hablábamos, la montaña parecía imponente, preciosa, dominante, solitaria, en resumen, cautivadora. Aquel día, no subimos ni ese ni otro, ya que únicamente íbamos a pasar una noche contemplando el regalo para el alma que brinda esa zona de Pirineos. Eso no quita, que aquellas palabras quedasen grabadas en mi mente.

De vuelta a casa, leyendo sobre el refugio y la zona, puse nombre al guarda que nos había dedicado aquellas palabras. Su nombre era Ursi Abajo, leyenda viva de los Pirineos y del alpinismo ibérico de los años 60; pionero en la escalada de dificultad en nuestro país; amigo y compañero de los legendarios Rabadá y Navarro; en definitiva, historia viva de la actividad montañera patria.

Así pues, si ya sus palabras sobre la montaña me habían llamado la atención, y me habían hecho reflexionar sobre la obsesión por las cifras sin tener en cuenta otros factores; saber quién era y lo que había hecho en su vida, pusieron aquella montaña en mi cabeza como un objetivo a realizar. El nombre de la montaña era Llena Cantal, montaña situada en Sallent de Gállego, en el Circo de Piedrafita, justo enfrente del refugio de Respomuso.

El  Circo de Piedrafita alberga tresmiles como el Balaitús, las Frondiellas, la Gran Facha o los Infiernos, razón por la cual esta montaña permanece a la sombra. Su olvido es tal, que en algunos planos topográficos no aparece ni contemplado su nombre ni cota. Así, una vez más abandonada queda la belleza ignorada de las montañas parias sin número.

Como si nos adentrásemos en el Valle de los Faraones de Egipto, en las inmediaciones de Respomuso surge ante la vista una cadena de pirámides que comienza en el pico La Gran Facha y termina en el de Tebarray. Si pidiésemos a un niño que dibujase una montaña, este realizaría algo semejante a una pirámide. Una imagen muy sencilla, y la belleza de las cosas sencillas es la belleza más pura.


El más triangular y puntiagudo, el que a primera vista parece más alto, el que más destaca en medio de toda esta cadena de pirámides, ese es el Llena Cantal.


Alejada mi mente del coleccionismo de cumbres, cautivada mi alma por la belleza de la sencillez, y reconvertido mi espíritu en un buscador de momentos, asumido el mensaje de “Tal vez no sea la cumbre el deseo del montañero, sino el sentimiento que su logro despierta”; esperé a que llegase el momento de conocer el tesoro que alberga esta montaña olvidada. Pero como pasa en otros órdenes de la vida, en esta montaña no pude emular a Julio Cesar tras la batalla de Zela en aquello de “Veni, vidi, vici”. De hecho, mi primer intento acabó en eso, en un bello intento y una dolorosa lesión de rodillas que arrastré durante unos meses por otros montes y cordilleras. 

¿Me sobreestimé?, ¿subestimé la ruta?, ¿quizás los dados del azar?... De todo en esta vida se aprende, y lejos de guardar mal recuerdo de la montaña, decidí que volvería otro año a intentarla. A fin de cuentas, así es el juego, y éste merece la pena; porque “las luchas hay que darlas, se pierdan o ganen, solo por el placer de darlas”.
Una vez más, recordé aquella frase que alguien me dijo cuando jugaba a rugby en la universidad: “La derrota tiene una dignidad que la victoria no conoce”. Y otra cosa no, pero de derrotas y dignidad, aquel gran equipo sabía mucho.

Si como dice el abuelo Kurt Diemberger “Las montañas se suben dos veces. Una con el piolet y otra con la pluma”; ahora me dispongo a subirla de nuevo, disfrutando del viaje a este pequeño puerto olvidado en el camino a Ítaca.
Como no tengo plano donde reflejar la ruta, dejaré parte de los apuntes que tengo garabateados en mi libreta de rutas. Espero seáis benévolos con los mismos.


La ruta que seguimos,  es parte del tramo del GR-11 “Transpirenaica” en la etapa que conecta Sallent del  Gallego con el Balneario de Panticosa. Es factible, como nosotros hicimos,  recortar un tramo con el coche y llegar hasta el embalse de  La Sarra.

El tramo está bien marcado y no tiene posible confusión. Se va ganando altura de una forma suave, sin grandes repechos. El camino atraviesa varias formaciones boscosas: desde los hayedos, pasando por los pinares de pino negro y los rododendros, hasta los pastizales de las partes más altas donde la vegetación arbórea desaparece. Así mismo, a lo largo del recorrido hay varias cascadas y riachuelos que cruzan el camino en su descenso de las cumbres.
A mitad del recorrido, aparece un desvío hacia los lagos de Arriel, único desvío señalizado. Desde estos lagos, se puede emprender la ascensión a los Frondellas o al Balaitus por la ruta de “La Gran Diagonal”. Pero estas rutas, merecerán otra entrada en un futuro indeterminado, pues están en el rincón de las montañas a conocer.

El sendero va ganando desnivel hasta que se divisa la presa del embalse de Respomuso. Ya en un momento anterior, se ha podido contemplar fugazmente en la lejanía la pirámide de La Gran Facha; pero no es sino el Llena Cantal, el que va a llenar el horizonte durante el trayecto que resta hasta llegar a la presa.
Más o menos  5 minutos antes de llegar a la presa, aparece una indicación hacia el refugio. En este punto el camino se bifurca abriendo dos opciones: continuar hasta el mencionado refugio o coger el camino que  se desvía hacia la derecha.
  • -     La primera opción, permite el descanso en el refugio o si se va a pernotar, aliviar el peso de las mochilas. Posteriormente, se deberán seguir las  marcas el GR-11 hasta cerca del Ibón de Campoplano (2.200 m ), girando a la derecha en las señales que indican Collado Tebarray - Picos del Infierno hasta conectar con la ruta que se describe en la siguiente opción.
  • -   La segunda opción, se desvía hacia la derecha obviando la indicación hacia el refugio y empalma con unas escaleras que llevan directamente hasta la ermita de Nuestra Señora de las Nieves. Sólo queda cruzar la presa y enlazar con el camino que rodea el embalse por el sur.

Tras seguir cualquiera de las opciones propuestas, llegados a la parte superior de la presa se puede disfrutar de unas vistas amplias  de las pirámides de Respomuso.


En nuestro  caso, elegimos la primera opción, ya que íbamos a pasar la noche en el refugio. 


Una vez pasado el refugio,  como queda indicado en la descripción anterior, se rodea el ibón de Campoplano para coger el sendero que conecta con el GR-11 que viene  rodeando el embalse. El sendero se desvía hacia la derecha en dirección al ibón de Llena Cantal, cruzando pastizales y torrentes de agua que  descienden las laderas en busca del mar.
A nuestra espalda quedarán las magníficas vistas de los Frondellas y el Balaitús. Impresionantes murallas que se elevan hacia el cielo desplegando una red de crestas y aristas en todas direcciones. Son además, los primeros tresmiles del Pirineo viniendo desde el oeste. Su visión sobrecoge por su belleza amenazante y aparentemente inaccesible.


Llegados al Ibón del Llena Cantal, la visión del circo de Piedrafita, la cara norte del Tebarray y de nuestro objetivo, atrapa la visión y el espíritu, parando el tiempo y haciendo florecer los sentimientos de cada uno ante la silenciosa contemplación de este regalo de la naturaleza. Es en este momento, cuando realmente te das cuenta de magia que posee este lugar. Así, al igual que los marinos eran atraídos por el canto de las sirenas, a nosotros nos atrapa el canto del silencio que emana de las cumbres que tenemos ante nosotros.


Desde este mirador excepcional, cautivado y absorto en la contemplación de la belleza pura de la sencillez de las montañas, podemos tener una vista panorámica de todo el circo que nos rodea: los Frondellas, el Balaitús y la Cresta del Diablo, el pico Cristales, el Campo Plano y el Llena Cantal.


La Cresta del Diablo no la había mencionado hasta ahora. Es una de las crestas que salen del Balaitús y que lo une al pico Cristales. Está compuesta por un puñado de afilados colmillos que, por sus formas, recuerdan a llamas, tridentes y cuernos que evocan el recuerdo del mismo Diablo.

Ruta clásica para los amantes de este tipo de vías, y de gran belleza para el resto. Ni qué decir cabe, se escapa por mucho de mi nivel, pero soñar y admirarla es gratis, así que disfrutaremos de ese placer humano. Como decía Mummery, “El verdadero montañero es el hombre que intenta nuevas ascensiones. No importa tenga éxito o que fracase, encuentra su goce en la fantasía o en el juego de la lucha”. Así pues, como dice el final de la frase, quizás a algunos solo nos quede el goce de la fantasía ante estas impresionantes rutas. “Atrévete a soñar. Sueña a lo grande. Y luego decídete por las metas subyacentes.” (John Amatt). Y es que puede ser, que el día que dejemos de soñar como niños, envejezcamos como ancianos que encaminan la recta final del camino de la vida.


Reconfortada el alma y descansado el cuerpo tras la parada en el ibón,  se debe encararla subida hacia el Collado de Tebarray siguiendo las marcas del GR-11. El sendero discurre al pie de la impresionantes pared del Tebarray a nuestra derecha, siempre con la visión de  la cumbre del Llena Cantal a nuestra izquierda.



A unos 10 minutos aproximadamente, aparece una piedra con el nombre de “Llena Cantal” escrito en rojo indicando el desvío para acometer la ascensión.


Girando hacia la izquierda se encara la subida hacia nuestro objetivo. Aunque parece estar cerca, aún resta un buen tramo para llegar al final. El sendero no es tan evidente como el que se ha seguido hasta ahora, pero siguiendo los hitos y las marcas de pintura roja, vislumbrar el camino a seguir no conlleva problema alguno.



Poco a poco  se alcanza un nuevo ibón, el Inferior de Llena Cantal. Justo al llegar a él los hitos  obligan a girar 90 grados hacia la izquierda y rápidamente se deja abajo la pequeña masa de agua.


Apartando la mirada del camino, se puede ver el collado de Tebarray, que hubiéramos alcanzado de seguir  el recorrido del GR-11 y que nos hubiese abierto la puerta a los picos del Infierno.



Aunque el terreno ahora se vuelve quebrado y más inestable por las rocas sueltas, se transita por él sin problema alguno. Siguiendo los hitos y marcas, queda a nuestros pies el ibón Superior del Llena Cantal, medio cubierto por la nieve pese a estar en verano. No se llega a él, ya antes las marcas desvían el camino hacia la izquierda.


El camino sigue por terreno alterno de roca y hierba. Aunque sin gran dificultad, ya en este tramo dejamos aparcados los bastones y una de las dos mochilas para tener una mayor comodidad. Es en este momento, cuando aprovechamos para ponernos los cascos, ya que las rocas sueltas pueden desprenderse y provocar algún susto al que viene por detrás; y aunque somos de cabeza dura, como buenos “riojabajeños”, es mejor no tentar a la suerte.


A nuestra derecha, quedan unos impresionantes murallones de los picos del circo de Piedrafita.


Se continúa la ascensión hasta que se llega a la zona más compleja de la ruta y que le aporta cierta dificultad,  una chimenea de unos 20 metros de altura con muchos agarres en roca de buena calidad y pequeñas repisas donde apoyar los pies. En las guías esta chimenea aparece graduada como  (II-), y otras reseñas la dan como fácil.



Para gente acostumbrada a escalar o trepar, esta chimenea no les presentará problema alguno; sin embargo, para gente que no esté acostumbrada, su paso podrá representar un problema. Una vez más, está la experiencia de cada uno para interpretar el grado de dificultad de una guía (aparte del sentido común, el menor común de los sentidos en muchos casos).


Pasado el tramo de la chimenea, los ojos dejan de ver delante de sí rocas sueltas para por fin, ver la sobrecogedora imagen del horizonte lleno de picos nevados. No  hay duda, se ha llegado a la cumbre del Llena Cantal.
La visión desde esta cumbre  es indescriptible: mirador de primera  hacia la Gran Facha; los Infiernos, su característica mancha de blanca de mármol e intuyendo el corredor norte del que tanto me habla el Busti; el Vignemale destacando hacia el este al igual que el macizo de Ordesa y su Monte Perdido. Multitud de ibones a un lado y otro dan colorido a este espectáculo de altura mientras que, a lo lejos, se ven todas las cimas del Circo de Ip, Aínsa, Hecho, Zuriza y tímido entre las nubes el Midi.


Los Frondellas, El Balaitús y la Cresta del Diablo.


La Gran Facha.


El solemne Vignemale.


Los Infiernos, Piedrafita y Tebarray


Le oí decir a Sebastián Álvaro, que “las historias de montaña siempre eran bonitas historias de amistad”, algo que siempre he suscrito. Es por ello, que  pese a la belleza que en ese momento me rodeaba, a la paz que me envolvía y a los sentimientos personales de alegría que tenía por haber conseguido subir a esta cumbre, algo me faltaba. Anabel no había subido el tramo final porque la hora límite que nos habíamos puesto llegaba y prefirió que yo subiese solo más rápido. Y como dos menos uno es uno, solo subí a la cumbre.
Como siempre he dicho, esta actividad sin el componente de amistad no tiene sentido. La montaña si no es compartida con amigos, con esas almas selectas con las que compartimos el camino de la vida, carece de la esencia que buscamos. El sentimiento de la montaña, las emociones que despiertan en nosotros estos únicos lugares, edenes apartados del mundo cotidiano, son incompletos si no se comparten.
Esta vez, en la vacía y solitaria cumbre, un sentimiento dual me invadió: me sentía afortunado y feliz de poder disfrutar de aquella cumbre, de aquel tesoro que anhelaba y que me descubría sus secretos; y a la par sentía la soledad no acompañada, la pena de que nadie estuviese conmigo en aquellos instantes para poder compartir ese momento de eterna felicidad. En mis pensamientos, una vez más y con añoranza, tuvieron su sitio mucha gente dispar que, de una forma u otra, han compartido o comparten conmigo el viaje por esta bella senda que es la vida.
Casualidades de la vida, hacia pocos días que habían cerrado el Colegio Mayor San Juan Evangelista, mi casa durante los años de universidad por Madrid. Aparte de ser mi hogar, fue el lugar que más me ha marcado en mi vida y donde más y mejores amigos conocí. Allí fue donde me inicié en esta bendita locura de la montaña; donde compartí grandes momentos de eternidad con gente inigualable; donde pude comprender que los grandes valores que me habían enseñado mis padres, no se compran ni venden, se tienen y comparten; donde eché a volar en un viaje sin retorno y futuro incierto que es la vida.
En resumen, viví algo que me enseñó, al igual que la montaña, que recorrer la senda de la vida sin poder compartirla con amigos, no tiene mucho sentido.  Es por ello, que quise tener un pequeño recuerdo de todos ellos subiendo a la cumbre el escudo de aquel santo mayor.


Así mismo, ya que Anabel se había quedado debajo de la chimenea, también quise tener un pequeño recuerdo para ella. A ambos nos encanta el proyecto que desarrolló Iñaki Ochoa de Olza, SOS Himalaya, que promueve la educación de los niños que habitan en aquellas tierras que tanto le dieron. Ambos subíamos una camiseta de la ONG, para sacarnos una foto en la cumbre y hacer un pequeño homenaje tanto a Iñaki, como a su proyecto. Como yo era el que las llevaba en la mochila, no pude menos que fotografiarlas sobre las rocas de la cima. 

Hechas las fotos de rigor, tras no más de 10 minutos en la estrecha cumbre, inicié el viaje de retorno. Con  mucho cuidado bajé por la chimenea, aunque una caída no arroja al vacío el golpe puede tener consecuencias igualmente desastrosas.

Llegué hasta donde me esperaba Anabel, y juntos bajamos hasta los pequeños ibones deshaciendo el camino que anteriormente habíamos hecho y que ha quedado descrito con anterioridad.

Por despiste, cansancio o una combinación de ambos perdimos de vista los hitos y las marcas rojas; por lo que fuimos montaña a través hasta alcanzar el inconfundible trazo del GR-11.

Al llegar al Ibón del Llena Cantal, un último regalo de la montaña nos esperaba; un sublime presente que, como grata despedida, nos brindaba la montaña. Como si de un gran espejo se tratara, sobre la superficie del agua quedaba reflejaba la cima, recordando el momento a esa cita bíblica de “así en el cielo como en la tierra”.


Después de disfrutar de un descanso contemplando y disfrutando del atardecer sobre la pirámide del Llena Cantal, bajamos al refugio sin más historia que contar, salvo unas merecidas cervezas.

Ya en el refugio, con el frescor de una pinta de cerveza en el paladar, fue el momento de sacar la romana y valorar, cual mercader fenicio, la ruta. Grandes vistas, recorrido variado, exigente físicamente, con bonitas trepadas y muy poco frecuentado; tan poco frecuentado como que nos dijo el guarda del refugio que éramos los segundos del verano que tenía constancia que lo subían (evidentemente habría alguno más). Como contrapeso de lo anterior, no había nada. “Cero patatero” como dijo un infame con bigote.
Con todo, me vino a la memoria lo que dejó escrito el francés Maurice Herzog “No es más quien más alto llega, sino aquél que influenciado por la belleza que le envuelve, más intensamente siente”. El pico Llena Cantal no es el más alto, no llega  a tresmil; pero su belleza e intensidad, tiene la fuerza de un gigante que contrarresta la sombra que sobre él pende, brillando con una luz propia que encandila si te atreves a seguirla.
A la mañana siguiente, tras pasar una noche toledana a cargo de la orquesta sinfónica que se había congregado en el refugio; y hacer la foto desde donde comenzó mi idilio personal con el Llena Cantal, emprendimos la vuelta a casa.


De camino al coche, como si quisieran los dados del destino abrir un nuevo capítulo, fije mis ojos en otra preciosa montaña. Una de esas que tampoco llega a los tresmil y de la que no había leído antes. El pico Arriel.

¿Comenzará un nuevo idilio? Parafraseando al maestro Sabina, la respuesta es fácil: con mi alma de tahúr apostaría al doble o nada a que sí.