Quien ha escuchado alguna vez la voz de las montañas nunca la podrá olvidar (Proverbio Tibetano)

miércoles, 26 de febrero de 2014

MONCAYO: LA MONTAÑA DUAL

Existen dos conceptos dentro del taoísmo que exponen la dualidad de todo lo existente en el universo: el yin y el yang. Dos fuerzas fundamentales opuestas y complementarias, que se encuentran en todas las cosas. Según esta idea, cada ser, objeto o pensamiento posee un complemento del que depende para su existencia y que a su vez existe dentro de él mismo. Además, cualquier idea puede ser vista como su contraria si se mira desde otro punto de vista.
Bajo el prisma de estos conceptos, se podrían describir los sentimientos que tras de sí dejó nuestra última ascensión al Moncayo; sensaciones contrapuestas: muy buenas y muy malas, plenas y exhaustas. En definitiva, un día de los de no olvidar.
Solitaria montaña y máxima altura del Sistema Ibérico; montaña emblemática a la par que enigmática; montaña evocadora de los cuentos de Bécquer y de innumerables crónicas negras. Su prominencia y carácter de montaña extensa y hegemónica sobre las tierras del valle del Ebro, ha contribuido a que haya sido tenida por mágica y sagrada desde tiempos pretéritos; siendo múltiples las leyendas sobre su origen.
No era la primera vez que lo ascendía, pero el San Miguel (otro nombre que posee) no me ha dejado indiferente en ninguna de ellas.


Cual mercader fenicio pongo las experiencias vividas en una balanza, intentando ser justo con el recuerdo que me debe quedar. Normalmente el éxito es suficiente para sacar una huella positiva del sufrimiento físico, del frío soportado y del esfuerzo; pero en este caso, la consecución del fin no declina la balanza con la claridad necesaria. Hace falta reflexionar más allá de una bonita cumbre y de una compañía inigualable. ¿No era el sentimiento que dejará tras de sí uno, una de las razones por las que subía montañas? ¿Deben ser siempre positivos la naturaleza de dichos sentimientos, o al igual que en la vida debemos probar el sabor agridulce para cuadrar el círculo?
Ya sea por territorios de Soria o de Zaragoza, para ascender a la cumbre de esta montaña existen varias rutas que cambian de forma radical, según sea época invernal o estival, su peligrosidad y dificultad. En invierno la presencia de hielo condiciona el ascenso en todas sus rutas, máxime cuando en muchos puntos las laderas acaban en fuertes cortados donde una caída tiene funestas consecuencias. A esta orografía hay que añadir que debido a su prominencia y aislamiento sobre el valle, está muy azotada por el viento y capta todas las nubes húmedas procedentes del Atlántico que cruzan el valle. Es por tanto una montaña muy cambiante si hay inestabilidad atmosférica.
Otro factor a tener en cuenta  para su funesta crónica negra, es la afluencia de gente que se acerca hasta él. Al ser una montaña cercana a poblaciones, accesible y muy frecuentada en verano, su subida se podría calificar de “paseo”, son muchas las personas que se atreven a intentar subirlo. No es el Sistema Ibérico una cadena tan alta y emblemática como los Pirineos, por lo que se tiende a despreciar el respeto de la ascensión en condiciones invernales y es bastante frecuente, encontrar gente sin los conocimientos mínimos de seguridad invernal, amén de que en muchos casos ni tan siquiera cuentan con el material mínimo indispensable.
Nosotros elegimos subir por la cara norte, ruta que parte desde el Santuario de Nuestra Señora del Moncayo, situado a 1 .621 m. Se parte por una senda que discurre por un bosque para llegar al circo del Cucharón (1.833 m), que es la base de la hoya de San Miguel. Desde este punto se pueden tomar 2 caminos diferentes:
  •  El primero, se dirige directamente a la cima a través de de las palas del Cucharón. Existen varias variantes de diferente dificultad, pero todas ellas poseen una fuerte inclinación.
  •  El segundo, consiste en alcanzar la amplia cresta de la montaña por la loma que separa el circo donde nos encontramos, del circo del de San Gaudioso, hasta llegar al cerro de San Juan (2.283 m) y de allí a la cumbre. Esta es la ruta considerada como “normal” y la más frecuentada en verano.
Vistas las condiciones del día, y especialmente de la nieve, nos decidimos por subir a través de las palas del Cucharón. Ruta con más ambiente y directa. Del grupo que ibamos, 2 decidimos tomar una variante con más pendiente en su inicio que la que la gente estaba tomando, disfrutando de poder abrir huella sobre la nieve helada en la soledad acompañada que este tipo de montañas permite.


Desde el inicio de nuestro camino pudimos disfrutar de unas maravillosas vistas de la pala que nuestras compañeras afrontaban bajo las paredes del circo del Cucharón.


Por nuestra parte, afrontamos el inicio de nuestra pala abriendo huella por la nieve helada. Si bien no posee una dificultad alta, si es cierto que hay que estar concentrado en lo que se hace, ya que un resbalón podría tener consecuencias.
  




Saliendo de la variante que habíamos elegido, llegamos al punto donde se une con la ruta de ascenso que llevaban nuestras compañeras, a las cuales pudimos ver disfrutando de la ascensión de su pala.


Llegados a este punto, el final de la ruta se divisa, siendo varios los grupos que descienden ya por ella.


Fue en este punto donde sufrimos el primer shock del día. Una persona del grupo que bajaba sufrió un resbalón, y no fue hasta unos 20 metros más abajo donde consiguió parar. Afortunadamente, todo quedó en un susto sin consecuencia alguna. Nunca antes me había tocado ver algo así, observar impotente como alguien cae y no poder hacer nada; sentir la angustia del pánico ajeno como propio.
Sin intención alguna de juzgar, señalar o criticar, también quisiera comentar lo acontecido. Desconozco si por desconocimiento o fruto de ser presa del pánico, la persona que se deslizaba, lejos de realizar la maniobra básica de autodetención, soltó su piolet en la caída, quedando totalmente vendida a la suerte y estado de la nieve, que en este caso por fortuna, ya había recibido unas cuantas horas la luz del sol. A mi memoria vinieron todas las horas de lectura de manuales de montañismo, las prácticas de la técnica, y todos los consejos recibidos y leídos sobre progresión en nieve: el básico uso del piolet. “El piolet no es un bastón, así que aprende a usarlo, te puede salvar la vida”.
Agradeciendo a la diosa fortuna (o a quien cada uno le guste encomendarse) por no haber presenciado un accidente, viendo que la persona afectada se ponía en pie y bajaba por sus propios medios (no sin llevarse un disgusto encima), retomamos nuestra ascensión. Cabe señalar que nuestro ánimo ya no era el mismo, que algo había cambiado en nuestras mentes.
Personalmente recordaba unas palabras que Bonatti dijo: “El peligro es parte del juego. Lo bonito es aceptar las normas y sus consecuencias. Que tú desarrolles el coraje, la prudencia, la fuerza, la inteligencia. Cualquier actividad humana es un juego que desarrolla el arte de jugar”. Quizás la montaña, sea un juego demasiado severo con quien comete un error o no conoce bien las reglas de juego. Es demasiado alto el precio que se puede llegar a pagar por la imprudencia o el exceso de confianza. En el ensimismamiento de la ascensión, sin perder la concentración, una y otra vez me venían a la cabeza estas palabras, intentando auto confirmarme que sabía a lo que estaba jugando en este partido, que mi técnica y material estaban a la altura del objetivo, y que no había errado en la valoración de mi capacidad para enfrentarme a este escenario.


Como todo en la vida, la ruta que subíamos terminó, llegando a la cornisa que  indicaba que arribábamos a la ancha arista cimera. La satisfacción por lo realizado, nos inundó a los 4 amigos ya que lo habíamos luchado y conseguido. Una vez más, recordé el título que da nombre a la obra maestra de la literatura montañera: “Los conquistadores de lo inútil” escrita por Lionel Terray. Inútil en el sentido mercantilista y occidental del término, donde lo que no genera beneficio económico es despreciado. Así mismo, me vino a la memoria la frase que nos dejó Sir Edmund Hillary: “No conquistamos las montañas, sino a nosotros mismos”.


En nuestro caso, no hemos subido ni mucho menos el Everest, no hemos realizado gesta deportiva alguna, no somos seres sobrehumanos, ni tan siquiera hemos realizado una proeza montañera nunca hecha por nadie; pero sin embargo, si nos hemos enfrentado a nuestros miedos, a nuestros propios límites personales. Hemos salido de nuestra zona de confort y hemos conseguido algo que nos ha hecho sentirnos vivos, que nos ha dado la alegría de estar allí juntos, en definitiva, que nos ha hecho libres de poder haber vivido ese momento y tenemos la certeza de que nadie nos lo podrá quitar. Una vez más somos libres de sentir y poder compartir lo que buscábamos en la inútil inmensidad de la cumbre. Como bien dice Jordi Tossas: “Existir es sentir, aquí sentir es vivir y sé que el único secreto es que no hay secretos, solo respeto”.


Hechas las fotos de cumbre, dados los besos y abrazos correspondientes no toca sino bajar. No hay ascensión completada hasta que no se ha bajado, y no es hasta  entonces, cuando se puede saborear y analizar lo realizado. Cuánto sentido cobró esta frase cuando llegamos al coche, ya que no podíamos ni sospechar lo que nos deparaba la bajada.
Para el descenso, desechada la ruta de subida por uno de los 4 que componíamos el grupo, elegimos la ruta normal de subida de verano. Esta ruta, que ya ha sido descrita al principio, no presenta las largas y empinadas rampas del Cucharón, aunque si tiene unas zonas que, cuando hay hielo, presentan cierto riesgo (y varios accidentes mortales).
Dirigirse desde el pico San Miguel hacia al cerro de San Juan, depara una visión inigualable de la ancha arista cimera del circo glaciar del Moncayo que sobrecoge por su belleza.


Llegados a este punto, comenzamos a bajar. Sé que no había dormido bien y que el cansancio de la subida se acumulaba, pero lo más importante, y algo de lo que me di cuenta a posteriori, es que no estaba con la cabeza al 100 %. Pensando y analizando lo que había pasado ante nosotros y la crónica negra de la montaña mi cabeza se despistaba. En la ruta había mucho hielo, lo cual unido a lo comentado antes, hizo que bajase más tenso de lo habitual. Decir que por desgracia no fui al único que le pasó.



Llevado bajado un tercio del camino, la montaña nos deparó otra desgraciada visión, otro toque de atención sobre el riesgo del juego que practicamos. En la misma zona donde habíamos visto caer a una persona en nuestra subida, había un grupo parado desde hacía un rato. Extrañados nos preguntábamos que estaría pasando allí. Cuál fue nuestra sorpresa, cuando empezamos a oír en la lejanía las aspas de un helicóptero que se acercaba. Ya no había duda alguna, no era la primera vez que me tocaba oír ese característico ruido que tanta angustia y preocupación trae consigo.
      


No sabemos bien el qué paso ni queremos especular sobre ello, pero lo que nos quedó claro, si no cristalino, es que nadie está exento de que le pueda pasar algo. La práctica del montañismo es algo único, lleno de alegrías y valores, algo indescriptible y unido al alma de los que lo amamos; pero no existe el margen de error, existe una posibilidad de que algo salga mal y acabe el juego de la peor forma posible. Lo asumimos así, como se asume que coger el coche por la N- 232 es un riego, pero siempre pensamos que no nos va a tocar a nosotros.
Ver algo así en plena bajada, en mi caso, no hizo sino incrementar la tensión, aumentar las ganas de salir de allí lo antes posible. Toda la alegría que hacía un rato había tenido en la cumbre acababa de ser eclipsada por un aluvión de pensamientos sobre la fragilidad de la vida, sobre las decisiones tomadas en un segundo que pueden cambiar tu vida, sobre un mal paso que....
Cabe mencionar la labor que hicieron los “ángeles de la guarda” del GREIM. Reconforta en la desgracia, ver la profesionalidad de esta gente, como se juegan el tipo ante la adversidad ajena. Ver las maniobras del helicóptero y la rapidez de las operaciones hace que, cuando menos, uno se quite el sombrero ante esta gente.
Llegados al coche, no pude sino desear salir de allí lo antes posible. Marchar de las faldas de esta montaña que tan contrariados nos había dejado. Necesitaba la distancia para poder tener perspectiva y ordenar mis pensamientos y sensaciones.
De la alegría de estar, a la tristeza y ganas de marchar. El ying y el yang, lo bueno y lo malo. Unos sentimientos más que encontrados. De ahí el título de esta entrada.  Esta montaña me ha deparado grandes momentos, grandes alegrías compartidas con grandes amigos en diferentes ascensiones; pero también me ha mostrado que las reglas de juego pueden ser severas, que hay una cara oculta en todo esto, y que dicha cara puede ser mostrada a cualquiera que se acerque y baje la guardia.
Seguramente volveré a subirla, aunque solo sea por reconciliar mi espíritu. Lo que tengo seguro es, que ya algo ha cambiado en nuestro modo de afrontar las salidas. Tengo muy presente las reglas de juego y las consecuencias de no seguirlas (aunque ya las conocía). Hemos aprendido, conocido y vivido, aunque solo sea como meros espectadores, la lección de la montaña dual.

Volviendo a casa en coche, por la mencionada N-232, asumiendo el riego de transitarla y pensando que no nos iba a tocar la negra estadística de dicha carretera; a modo de resumen y pensamiento positivo de todo el día, me vino a la memoria la frase que dejó el gran austriaco Herman Bulh: “Vacíos los bolsillos, pero con una experiencia a la espalda, ricos de aventuras y también de trabajos, aunque fortalecidos en cuerpo y espíritu, regresamos a nuestra ciudad natal”

sábado, 22 de febrero de 2014

MI COMPAÑERO DE CORDADA ARGOS

En el primer comentario a cerca de mi blog que leí, se me invitaba a ser guía por las montañas a través de mis palabras, un  trabajo maravilloso, como ya dejó escrito el maestro Rebuffat.
Estas palabras, resonaron en mi cabeza en una de mis últimas salidas. Vinieron a mi conciencia, porque fue a mí a quien fueron mostradas la belleza de los paisajes y caminos ya andados desde antaño. No fue sino a través de los ojos de mi pequeño compañero de cordada Argos, por los que contemplé la belleza pura de los caminos ya conocidos y por ello olvidados.
 Pensando acerca de qué escribir, releí un pasaje de la novela “El Vagabundo del Alhama”,  donde encontré los siguientes pasajes:
“¿No fue Platón quien dijo que el hombre puede medir el valor de su propia alma en la mirada agradecida que le dirija un perro al cual ha socorrido? Así lo cuenta una leyenda clásica y, como muestra del alto grado de estima que hacia las posibilidades de la especie canina tenía el filósofo griego, él mismo escribe en su República que el perro es el más filosófico de los animales pues distingue lo verdadero de lo falso al conocer quienes de los que llegan a la casa son amigos o enemigos”. Así mismo, se recoge que “Sócrates consideraba a su perro parte del universo, una parte igual, no menor, singular libre y perfecta”. Dichas afirmaciones, ciertas o no, las hago propias; y puedo afirmar que, desde mi experiencia, totalmente  condicionada y parcial, son ciertas.
“De la pluma de Homero salió la historia más hermosa que sobre un perro ha contado un ser humano”, decía el autor del “Vagabundo del Alhama”;  y no quiero dejar pasar la ocasión de evocarla tal y como hizo el padre de los poetas en su Odisea: Argos, aquél que esperó veinte años a su amo y que en cuanto lo vio lo reconoció, pese a la apariencia que le daba su disfraz. Enfermo y viejo, muere luego de manifestar su alegría por ver de nuevo al amo, que llega a su casa. Primero y el único en reconocer a Ulises sin necesidad de pruebas, signos o señales.  El último gesto de Argos es un gesto de generosa y abnegada nobleza, y sigue siendo una figura heroica en nuestros corazones.
“No puede ser otro nombre para un perro que el de Argos”, dijo mi padre, cuando le consulté a cerca de dicha cuestión cuando Argos entró en mi vida. Y si el nombre imprime carácter, no es menos cierto que “Carácter es destino” como dijo Heráclito de Éfeso. Es por ello que Argos, estaba destinado a ser mi fiel compañero.
Argos comparte mi vida desde hace más de 3 años. A través de su alegría, curiosidad, energía y personalidad, ha cautivado y encadenado mi alma a él como solo lo hacen y saben los grandes amigos que nos acompañan en este maravilloso camino que es la vida.
Reflejaba en primer post la amistad de cordada: “amistad fraternal, hecha de amabilidad, de entrega, de alegrías y luchas compartida”. Pues es Argos, sin lugar a dudas, uno de ellos. No es una relación servil amo esclavo la que tenemos entre nosotros, ni tampoco una relación de amistad humana al uso. La relación con Argos es una relación sencilla, auténtica como son las cosas sencillas. Pura como solo los perros saben tener con quienes consideran parte de su manada.
Desde que empecé a llevar a Argos a mis salidas al monte, algo en ellas ha cambiado:
En primer lugar está la ilusión. Él ya conoce el ritual de preparación de la mochila en casa, y ha desarrollado su propia “danza de salida”: incontrolable y desmedida alegría que en mí evoca los recuerdos de cuando siendo un  niño, mi padre nos llevaba a mi hermano y a mí a conocer castillos, poblados celtas y parajes perdidos con leyendas e historias que llenaban nuestra imaginación. La alegría provocada por el aluvión de estos recuerdos de mi infancia y de mi padre, marcan un comienzo inigualable, que ya de por sí, justifican la partida del puerto.
Durante los viajes de ida, el nerviosismo de la ilusión hace que Argos esté pendiente de todo lo que se cruza, curioso mira por la ventana y acerca el hocico a la ventanilla para poder oler, ya que es su forma de conocer. Como dijo Bonatti: ¿No era sino la curiosidad por lo que el mono bajó del árbol y comenzó a andar? A su manera, Argos quiere conocer, ansía conocimiento;  lo que se podría traducir a su manera, en ganas de de vivir. Quizás nunca llegue a comprender ni a reflexionar sobre su existencia, pero a su modo, vive con la pasión que su mero paso por la vida merece.
Llegados al punto de destino, un mundo desconocido se abre ante él en forma de olores, ya que es a través del olfato como él descubre y conoce. Sus ojos tornan del brillo de gemas preciosas, como cuando los niños esperan con ilusión la llegada de los reyes magos. Su mirada transmite la inocencia de quien no conoce la maldad y es puro de corazón.
Salta, corre y corre con alegría el sendero que nos lleva a nuestro destino. ¿No es esto sino un ejemplo de cómo deberíamos vivir los hombres nuestras vidas? ¿No es sino la alegría misma de vivir un motivo suficiente para sentirnos afortunados? ¿No es la vida un regalo que solo se puede tener una vez y merece ser exprimida a cada minuto? Argos ni se plantes estas cuestiones; para él son verdades absolutas y asumidas que no merecen ni ser cuestionadas. Viéndole me viene a la memoria la frase de Sebastián Alvaro: “Lo mejor que puedo hacer con la muerte es tratar de aprovechar la vida”.
Hasta ahora, solo he hablado de la alegría de vivir y de conocer que tiene y transmite, pero no podría dejar de hablar de sus otras virtudes: su nobleza y pureza de corazón con los miembros humanos que integran su cordada, o como él lo siente, su manada.
Basta que alguien vaya en su dirección y le dedique una mirada cariñosa, para que Argos le considere compañero de viaje. Sin pedir nada a cambio, sin dobles intenciones, sin egoísmo. “Compartimos un camino común, disfrutémoslo juntos”, debe pensar su corazón puro. Que bello ejemplo nos da a los humanos. Sin rencor ni mal recuerdo de su abandono siendo un cachorro; olvidando el lastre de la maldad y aprovechando una nueva oportunidad.
Cuando alguien queda rezagado en el camino, cuando está sufriendo en soledad el esfuerzo de la subida a cumbre y sabe que los demás ya están arriba, cuando más solo te sientes en la inmensidad de la montaña es cuando Argos siente tu ausencia. Y es este sentimiento de preocupación el que invade su corazón y le empuja ladera abajo a buscarte; a comprobar que estás ahí; a lamerte la mano en señal de que no estás solo, que él está contigo y jamás te abandonará; recorriendo una y otra vez arriba y abajo el camino que te separa del resto de la manada. Viendo su comportamiento, recuerdo las palabras sobrecogedoras que el gran alpinista Alexey Bolotov dejó sobre su participación en el rescate de Iñaki Ochoa de Olza, cuando se le llamó héroe por su comportamiento: “No somos héroes, estoy seguro. No hay nada heroico en esto. Es una necesidad humana. Ayudarnos unos a otros para sobrevivir todos juntos”
Es paradójico que un perro, al que muchos molerían a palos con una brutalidad animal, nos enseñe el valor de la amistad humana. El que un animal haga suyo el credo montañero (exportable a la vida humana) de “no abandonarás jamás al compañero que queda atrás a menos que seas un miserable”.
Argos es algo más que un amigo, es parte de mi vida, y día a día me enseña y comparte su alegría de vivir, la sencillez de las pequeñas cosas. El valor de la compañía de almas selectas como él. El placer del silencio acompañado. A fin de cuentas, el placer de vivir.
En cada salida que hago al monte con él, me recuerda lo que Ueli Steck recogió en sus palabras: “En la vida hay muchas cosas sencillas que olvidamos. En la montaña vemos qué es realmente importante. Y la naturaleza es algo hermoso. Tienes un periodo de tiempo para estar en la tierra. Y deberías hacer algo que realmente te guste hacer. Aquí sientes que estás viviendo”.
Si Gastón Rebuffat viviera para conocer a Argos, bien podría reconocer en él a un compañero guía. Y seguramente Argos le comentaría "Tengo un trabajo maravilloso".


¿POR QUÉ LA PASIÓN POR LA MONTAÑA? ¿POR QUÉ ESTE BLOG?

Dicen que cuestionarse todo en la vida es la base del conocimiento, la curiosidad y el ansia de saber. Como bien decía Walter Bonatti: “Fue la curiosidad, el ansia de conocimiento, por lo que el mono bajó del árbol y comenzó a andar”. En una palabra CONOCER. Conocer en todo el abanico de posibilidades es el motor de la vida, un motor que no acaba sino cuando la pregunta final tiene respuesta, porque si dicha cuestión estuviera resuelta, la vida y su misterio quizás no tendrían sentido. Por otro lado, la búsqueda sería incompleta sin la COMPRENSIÓN, comprendernos a nosotros mismos,  intentar comprender. Como ya dijo Mallory: “Luchar y comprender. Nunca lo uno sin lo otro. Esa es la ley
Y precisamente, bajo la premisa de conocer y vivir nació mi vocación montañera, quizás también favorecida y espoleada porque es en el medio natural donde también desarrollo mi vida profesional. Pero todo esto sería incompleto, si no mencionase el componente romántico, ese “sentimiento de la montaña” que ha empujado durante más de 200 años a los hombres a dejar la comodidad del valle para subir a las escarpadas alturas. Ese romanticismo que impregna la literatura de montaña y que nos permite subir sufriendo por primera vez al Nanga Parbat con Herman Buhl; que nos angustia y sobrecoge con el ejemplo de amistad  de Terray y compañía en la retirada del Annapurna;  que nos lleva a dar lo mejor de nosotros mismos como Bonatti en un mundo de envidias y zancadillas; la existencia de la amistad de almas selectas que dan lo mejor de sí mismos por rescatar a Iñaki Ochoa de Olza, su amigo; la búsqueda de lo verdadero, la hermosura de la vida y la contemplación de la belleza pura a través de los ojos de José Carlos Tamayo en el Pilar Oeste del Makalu. En definitiva, tener un espejo del alma en el que veamos lo que queremos ser pese a las circunstancias que nos hayan tocado, y asumir nuestra existencia como un regalo que hay que vivir con la intensidad que merece, teniendo el valor de ser libres. Como dijo Sebastián Alvaro: “No existe en la vida más certeza que el camino que recorremos y que ese sendero tendrá un final. De nuestra voluntad depende que sepamos vivir ese camino con la intensidad de quien se empeña en elegir y es consciente de sus consecuencias”.
Personalmente, como se puede deducir de lo escrito, no he buscado en el montañismo una realización deportiva ni trato de emular gesta alguna. Las cifras, records y la competición, quedan fuera de esa “montaña” que busco. Hasta los más grandes alpinistas de la historia huían de esa motivación, de ese mercado de fama y gloria que la ambición humana anhela. No por ello critico a quien lo busque, la libertad individual está por encima de las opiniones personales, y yo no soy quien para juzgar a nadie. Pero por mi parte, abrazo los viejos valores que propugnaron los grandes como Bonatti, Terray o Rebufaft, por mencionar algunos. Valores puros, valores humanos tales como la amistad, la hermandad,  el valor, el respeto, la verdad y el amor por la vida. En definitiva, asumir como propia esa idea que dejó Bonatti: “La montaña es una gran escuela de vida que enseña a mejorar a quien quiere ser mejor”.
A parte de mi ideario personal, nada de lo que estas actividades aportan tendría sentido sin la amistad que se comparte con quien se practica. El compañero de cordada, esos amigos, esas almas selectas que te acompañan en el camino. Nada de todo esto tendría sentido sin ellos. Como bien recogió el gran Gaston Rebuffat en su libro “La Montaña es mi Reino”: “Pero la belleza de las cimas, la libertad en los grandes espacios, la relación familiar con la naturaleza y los rudos placeres de la escalada resultarían pobres y hasta amargos, sin la amistad de cordada: amistad fraternal, hecha de amabilidad, de entrega, de alegrías y luchas compartidas”. Esas personas con las que no hace falta hablar, que te conocen y saben antes de hablar lo que sientes. Sin ellos, sin poder compartir la belleza del mundo, el esfuerzo y la voluntad común, todo esto no tendría sentido. A fin de cuentas, como alguien dijo ya: “Practicar el alpinismo es un pretexto para la amistad”.
Desnudada mi personalidad, revelados mi ideario y mis referentes en esta pasión; no me queda sino responder a la última cuestión que motiva toda primera entrada en un blog: ¿Por qué ese nombre? ¿Por qué Abrazo de Rocas Solitarias?
El “Abrazo de Rocas Solitarias” viene de un poema que escribió para mí como regalo de 22 cumpleaños un “compañero de la cordada”, un hermano que la vida y la fortuna me brindó cuando inicié mis estudios universitarios en Madrid, allá por el ya lejano 1998. La elección del nombre, además de ser un homenaje personal que por sí mismo ya valdría, responde al sublime significado de la frase.
En “Abrazo de Rocas Solitarias” quedan recogidos varios conceptos:
En primer lugar la soledad: somos seres individuales. Con pensamientos, motivaciones y vidas propias que viven haciendo uso de la libertad individual propia del ser humano.
Somos únicos y vivimos un regalo único que es la vida. Conscientes de ello vivimos nuestras vidas con entusiasmo, creando nuestra obra sobre un lienzo por rellenar y conscientes de la temporalidad de la vida.
Por otro lado somos rocas: fuertes ante los avatares de la vida. Pese a que suframos la erosión del viento y los elementos, no perdemos la esencia propia que nos hace ser quienes somos, seres humanos únicos e irrepetibles.
Así mismo, las montañas no son sino rocas elevadas hacia el cielo, y este blog tratará sobre ellas.
Finalmente está el abrazo: La amistad, el valor puro que no se puede comprar. Somos seres humanos, sociables, nos gusta compartir el tiempo con “almas selectas” conocidas y por conocer. El fin último por el que utilizamos el pretexto del alpinismo, la escalada y otras actividades.
Abrazo de Rocas Solitarias nace con la única pretensión de ser un pequeño cuaderno de bitácora; un pequeño libro de mis viajes y lecturas que recoja lo que voy acumulando en mi memoria y en mis libretas. En definitiva, un resumen de los puertos en los que voy atracando en mi viaje hacia Ítaca.

Así pues, vencido mi miedo ante el folio en blanco de esta mi primera entrada en el mundo de los blogs, recuerdo las palabras que escribió John Amatt sobre la aventura: “Aventura también significa aprovechar las oportunidades de probar nuestras fuerzas contra lo desconocido, y descubrir en este proceso nuestro propio y singular potencial”