Escuché una vez decir a mi gran
maestro de Kung Fu, que “el aprendizaje y
la base más importante de nuestro sistema, está escondido en la sencillez de la
primera forma que se enseña”. En el Kung Fu, al igual que en otras actividades
de nuestra vida como la montaña, la impaciencia y el ansia de llegar a la meta
sin tener en cuenta el camino, hace que carezcamos de cimientos sólidos donde
construir, y es por ello, por lo que cuando vienen las dificultades o los
reveses tendamos al abandono.
Tiempo hace que las palabras de
mi maestro resuenan en mi cabeza. “Los
maestros chinos eran sabios y escondían la esencia en la sencillez”, y
daban buenos cimientos a quien tenía la paciencia y ganas de aprender. La razón
del eco de estas palabras (aparte de por todo lo que me aporta el aprendizaje
de Kung Fu y las enseñanzas de mi maestro), reside en un parón en mis
actividades montañeras, un parón de apenas 3 meses (menos quizás que el que ha
sufrido este blog), que ha venido probablemente en uno de los momentos más desalentadores
que he sufrido últimamente. El paro, lacra actual de la que no he sido ajeno conlleva
más problemas que los exclusivamente económicos. La desazón, desmotivación y
frustración se apoderan de la mente, bloqueando o dificultando las opciones de
reacción; y si la mente no está, es difícil poder pensar en disfrutar. Como
dejo escrito Bonatti “Ir a la montaña
tiene que ser una búsqueda, no una huida”; y ya comprobé tiempo ha, que ir al
monte para olvidar los problemas es un grave error, ya que se vuelve con la
nueva carga de, intentando olvidar, no disfrutar de lo que se hace.
Durante esta travesía del
desierto, reflexionando y leyendo, llegué a la conclusión que la mejor manera
de recuperar todo aquello que me hacía sentirme vivo en la montaña, era volver
al origen, buscar la esencia escondida que reside en la sencillez de los
caminos en los que me inicié. Quizás los dioses de la montaña fueran chinos, y
al igual que en el Kung Fu, escondieron en la sencillez del inicio lo más
importante.
Y así, con este precepto, volví a recorrer los viejos y olvidados senderos con los ojos de un niño que descubre un mundo insospechado. Regresé a mis primeras cumbres de Cebollera; a lo que en tiempos fue el “gran logro” del Urbión; a los paseos de media tarde con Argos por zonas de suave orografía; al cultivo de la paciencia a través de la pesca a mosca de la trucha... en definitiva, a darme cuenta que las cumbres al igual que los objetivos, son solo la parte final de un largo trayecto de vivencias. Al fin y al cabo, “La cima es la guinda del pastel. ¿Que me la como? Bien. ¿Que no? Me he comido todo el pastel...” (Iñaki Ochoa).
No menos importante, y como siempre he dicho en los escasos post anteriores, la montaña no tendría sentido sin las personas con las que se comparte. Así pues, recordé lo que decía Ron Fawcett, gran escalador de la década de los 70-80 e impulsor del concepto de la escalada libre en Europa, “El mejor entrenamiento consistía en ir al pub, beber 5 cuartos de cerveza y hablar de escalada”. Obviando que su condición de súbdito del reino de Inglaterra le haría propenso a beber cerveza realizando casi cualquier actividad, y a saber que otras costumbres heredadas de la pérfida Albión, tomé en cuenta su opinión y retomé esta faceta básica del entrenamiento. No sé si los dioses consideraron esto parte de la esencia, pero cultivar la amistad hablando de montaña alrededor de unas pintas es algo que, como la nieve, las rocas y el hielo, es intrínseco a la actividad montañera. Así pues, al igual que se andan las viejas sendas, recorrí los viejos bares buscando reencontrarme con los viejos amigos que allí suelen morar, deleitándonos con conversaciones sobre rutas, picos hechos juntos, separados y viejos y nuevos proyectos que alumbrar.
De esta forma, sobre los cimientos que los años y la pasión han construido, volvieron a edificarse la ilusión y las ganas de partir hacia las montañas, y es que, como dijo Reinhold Messner: “No existe una enfermedad de las montañas más difícil de soportar que la ausencia de ellas”.
Si bien las circunstancias que me llevaron a la desmotivación o al bloqueo no han desaparecido, este tiempo me ha enseñado a llevarlas en pena lo mejor posible. Si bien es verdad que no hay pena que cien años dure, no es menos cierto que estamos en este mundo un periodo de tiempo limitado, y que de nosotros depende el cómo vivirlo. La escaladora francesa Chantal Maudit escribió: “Persigo la felicidad. Y la montaña responde a mi búsqueda”. Esta frase, comercializada por cierta marca de ropa poniéndola en boca de una mujer, que ostenta el “honor” de haber sido la primera en subir los 14 ochomiles, no deja de perder su sentido pese a su comercialización; y es por ello, por lo que ha terminado siendo parte de mi ideario. Y así, habrá que asumir la propia existencia personal, sin renunciar a esta pasión, que por otro lado no exige grandes sacrificios económicos y es compatible con una vida sencilla. A fin de cuentas, “...soy, si esta palabra tiene algún sentido, un montañero” (Lionel Terray).
Puede que Einstein tenga razón y que “Dios no juegue a los dados”, que el azar no exista en nuestra vida, o por el contrario, puede que sea Stephen Hawking quien esté en lo cierto: “Dios no sólo juega a los dados. A veces también echa los dados donde no pueden ser vistos” y el azar sea el motor de nuestra existencia aunque no lo sepamos. Así pues, por azar, suerte o designo de los dioses mayores o menores, un día recibí la llamada de una pareja de amigos que habían decidido ir a Pirineos a pasar unos días y me preguntaban por alguna ruta que hacer. Ni que decir tiene, la envidia, que nunca es sana, me carcomió hasta los huesos al saber iban a Ordesa, un lugar único que ya conocía de primera mano. Además, para más “dolerme”, al no ser periodo estival no se iban a encontrar las procesiones de domingueros sino gente con pasión por la montaña, sin entrar en motivaciones o niveles.
Hacía
un año había estado haciendo el Monte Perdido con nieve, y aquella ascensión
marcó un punto de no retorno tanto en mi vida montañera como personal, que
desembocó en más cumbres de 3.000 metros y en la travesía del macizo del Mont
Blanc en los Alpes, durante uno de los mejor recordados veranos de mi vida. Así
mismo, fue en aquel Parque Nacional, donde me adentré por primera vez en las
entrañas de los Pirineos hace ya unos años, motivo por el cual siempre está
presente en mi cabeza como el inicio de un
camino sin retorno.
Con todo, a su vuelta me contaron
sus impresiones y sensaciones, quedándoles la espinita de no haber hecho cumbre
en un alarde de prudencia y sensatez, ya que ni tenían la experiencia ni el
material necesario. Así, de esta forma surgió la propuesta de ir juntos en la
próxima salida, algo que tanto por su compañía como por el hecho de romper mi
racha no se podía rechazar.
Conformado el grupo de quienes, solo faltaba la propuesta del qué, y a la vista de que a su anterior visita le había faltado la guinda, me acordé de un pico que en su día yo tampoco pude hacer y llevaba ansiando conocerlo unos cuantos años. Ese pico no era otro que el Taillón.
El Pico Taillón, también conocido como Punta Negra, es una cumbre de los Pirineos situada en la frontera entre España y Francia, dentro del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido. “Está considerada una de las cimas de 3.000 m más fáciles de dicho Macizo”. Este juicio sobre su dificultad, no es sino la transcripción de información encontrada por internet. Por otra parte, el Conde Henrry Russel dejaba escrito en 1881 la siguiente frase sobre la ascensión de este pico: “Los perezosos y los viajeros deberían bendecir esta montaña de tan fácil acceso y desde donde la vista es maravillosa”.
La
experiencia me ha demostrado, que preconcebir la dificultad de una ruta en base
a un comentario puede tener consecuencias inesperadas y frustrantes. Si bien en
las guías y blogs existentes, hablan de este pico como fácil, no por ello le
eximen de posibles dificultades o puntos donde tener cuidado. Y este aspecto,
hay que tenerlo presente siempre, máxime cuando con las personas que se hace la ruta son primerizas
en este tipo de lides.
Existen varias posibles rutas
para acceder a la cima del Taillón. De las diferentes alternativas, yo conocía
ya 2. Ambas rutas tenían en común que el acceso se realizaba pasando por la
Brecha de Rolando, paraje que más adelante ocupará mis palabras, con la
diferencia del camino seguido para alcanzarla. Así pues, para esta salida,
elegí la ruta que asciende desde San Nicolás de Burjaruelo y cruza a Francia
por el puerto del mismo nombre y que permite hacer noche en el refugio de
montaña francés de Sarradets o Brèche de Roland. Esta elección no fue casual,
varias veces había pasado por dicho refugio y en todas ellas había quedado
cautivado por la sobrecogedora visión del paisaje que le rodea, pero nunca
había pernoctado en él. Así pues, por fin poder disfrutar de una puesta de sol
desde su puerta fue un factor importante en la elección. Además, siempre la
había realizado en verano, y quería conocerla con nieve, descubrir la otra cara
de estas montañas sobre las que tanto he leído.
Así, ya definida la ruta, nos
encaminamos de nuevo rumbo a los Pirineos, llenos de ilusión y expectación ante
un más que esperado regreso a las montañas donde habitan los dioses menores,
que no por ser menores merecen menos respeto.
La
ascensión la habíamos planificado para realizarla en dos días. El primero de
ellos, saldríamos de Logroño con intención de llegar al refugio antes de la
hora de la cena; el segundo subiríamos desde el refugio a la cumbre. De esta
forma, tendríamos tiempo para descansar la noche previa a la cumbre y estar en
plenitud de fuerzas y ánimos para acometer la ascensión.
La ruta comienza en el puente romano que cruza el río Ara en Bujaruelo.
En este punto, coinciden dos de los senderos de gran recorrido que recorren los
pirineos el GR-11 “Transpirenaica” y el HRP “Alta Ruta Pirenaica”.
Para
subir al Refugio de Sarradets, se remonta el largo camino hacia el Puerto de
Bujaruelo, que se encuentra indicado por hitos y marcas amarillas que indican
el discurrir del sendero HPR. La primera parte, serpenteante entre el bosque, de pino, boj y abeto, y
con una fuerte pendiente, nos deleita con unas increíbles panorámicas sobre el
valle.
Pasado el límite de los árboles, el sendero sube hacia el puerto surcando una vasta ladera ocupada por canchales de piedra. Una línea eléctrica de alta tensión acompaña el recorrido, recordándonos el precio que estos bellos parajes pirenaicos deben tributar en aras del progreso.
En esta zona, existe un desvío en el sendero que se dirige hacia el ibón de Bernatuara. Se debe de seguir ladera arriba ignorando este desvío hasta que se llega a la altura del arroyo de Lapazosa, que tiene su origen en un ibón de mismo nombre. Se camina por el barranco y se cruza al otro lado y para a una pradera. En este punto el sendero discurre por la ladera izquierda, zigzageando hasta llegar al Puerto de Bujaruelo. Quedan a la derecha los Picos de Gabieto y a nuestras espaldas el circo de Ortal y la Sierra de Tendeñera.
A
lo largo de esta subida, en los taludes de las laderas, en época estival es
posible encontrar la más bonita y famosa flor alpina: el Leontopodium alpinum. Comúnmente conocida como flor de las nieves o edelweiss.
Considerada
un símbolo de valor y coraje,
representa el honor, el mundo mágico de los sueños y el amor eterno que nunca
se secará. La leyenda más extendida cuenta que los hombres que pretendían
probar su amor tenían que subir más de 2.000 metros para conseguir una y
entregarla a su amada. Así mismo, también se dice que tomó su color de la luna,
y que es capaz de huir de los esfuerzos de los hombres que la persiguen,
elevándose cada vez más en la montaña.
Esta
flor me cautivó cuando, siendo niño, empecé a leer. Una de mis primeras
lecturas fue Asterix y Obelix en
Helvetia, cuyo hilo argumental versaba sobre la búsqueda una rara y bella
flor que crecía en las alturas de los Alpes. Pasados muchos años; al bello
recuerdo de mi infancia también se ha sumado mi interés profesional por la
botánica; y con todo, puedo afirmar que el edelweiss es la flor más bonita que
he podido ver en mi vida, amen del cautivador significado que la leyenda le ha
otorgado.
Realizado
el pequeño apunte botánico, al que me ha sido imposible el resistirme,
proseguiré con la descripción de la ruta.
Llegados al puerto de Bujaruelo, dejamos a nuestra izquierda la
carretera que asciende desde el pueblo de Gavarnie y continuamos el camino balizado
que se dirige hacia el refugio de la Brechè, conocido como Sarradets. Este
camino discurre bajo la imponente Cara
Norte del Taillón.
La
Cara Norte del Taillón, posee vías de escalada que han llegado a ser grandes
clásicas invernales por su dificultad; es por ello, que reluce con nombre
propio dentro del Pirineo.
Se
sigue el camino hasta que bordeada la cara norte, se llega al cono de desagüe
del glaciar del Taillón (2.480 m). Llegados a este punto, hay que diferenciar dos
posibles escenarios que se pueden encontrar:
En
verano, como todas las guías describen, el paso se realiza flanqueando
ascendentemente un torrente que desagua
los hielos del glaciar. En este punto existen unas cadenas de soporte que
ayudan a salvar el paso, ya que puede ser resbaladizo y complicarse si el
caudal del deshielo es alto.
Por
el contrario, fuera de la época estival y como fue en este caso, el paso no
presenta ninguna dificultad al estar completamente enterrado en nieve. Sí que
en este punto será ya obligatorio el uso de los crampones y el piolet.
Pasado el paso anterior, se afronta un repecho que nos llevará hasta el
Col de Sarradets (2.600 m). Durante este tramo se puede observar a la derecha
la impresionante vista del Glaciar del Taillón y la arista que se recorrerá
para acceder a la cumbre desde la Falsa Brecha y su característico Dedo.
Echando
la mirada atrás, para terminar de cautivar al alma, se contempla el imponente
macizo del Vignemal (Comachibosa en Aragón) y el Glaciar de Ossoue, que después
del glaciar del Aneto, es el segundo en extensión. Cabe señalar, que en la vertiente
norte de este macizo, en terrenos franceses, se encuentra la única lengua
glaciar propiamente dicha, aunque se encuentra en franco retroceso.
Aunque
debiera ser otro capítulo o entrada del blog, no está de más el mencionar y
recomendar la visita a la cara norte del Vignemal por el valle de Gaube
(Francia), aunque solo sea por ver un paisaje sacado de los Alpes enclavado en
los Pirineos.
Hecha
la mención al Vignemal (ínfima, hasta casi infame por lo que se merece), retomo
la ruta que en cuestión nos atañe.
Llegados
al Col de Sarradets (2.600 m), se abre ante nosotros una sobrecogedora visión:
el circo de los picos de la cascada o circo de Gavarnie. El circo está
compuesto por varias cumbres de más de 3.000 m a los que se unen el Casco y la
Torre de la Marmoré para conformar uno de los mayores espectáculos visuales de
los Pirineos.
Prosiguiendo
el camino, sin dejar el estado de climax del alma por el paisaje que tenemos
ante nosotros, llegamos a nuestro destino: el Refugio de Sarradets o de la
Brechè de Roland (2.587 m).
El
refugio se encuentra enclavado sobre una plataforma que domina el circo de
Gavarnie. Sobre él, se encuentra el paso con más carga de leyenda de todos los
pirineos: la Brecha de Rolando (2.807 m). Cuenta la historia que fue
abierta por Rolad, el sobrino de
Carlomagno, al intentar romper contra la roca su espada Duranal tras su derrota
en la batalla de Roncesvalles.
La
prodigiosa entalladura de roca se erige con su figura y su simbolismo en una
puerta abierta hacia dos valles, dos países y culturas hermanas separadas
únicamente por una cadena montañosa. En palabras de Sergi Lara, representa la “poética expresión de la luz que ilumina un
solo mundo y una sola cultura: el mundo de la naturaleza suprema y la cultura
común de los hombres libres”.
Cumplido
el objetivo propuesto para la primera etapa, que no era otro que llegar a cenar
al refugio, pudimos relajarnos y disfrutar del regalo que la naturaleza nos
brindaba. Poder disfrutar de un atardecer en tan impresionante paraje, en la soledad acompañada de grandes
amigos con una reponedora cerveza en mano; es un placer indescriptible y que ni
todo el dinero del mundo puede comprar.
Como
siempre que me encuentro ante estos momentos, resuena en mi cabeza aquella
frase que se recogía en el capítulo de Al
filo de lo imposible del Pilar Oeste del Makalu: “Es suficiente mirar hacia el crepúsculo. Son minutos que miden la
hermosura de la vida y la búsqueda de lo verdadero. La contemplación de la
belleza pura. La amistad de almas selectas. Y el sentimiento que se dejará tras
uno”.
Sol
que se esconde sobre Peña Santa, en Collado Jermoso en Picos de
Europa; crepúsculo sobre la Punta Escaleras y el valle de Ordesa en Goriz; ocaso
de colores rojo-anaranjados bajo la luna sobre el glaciar de Oulettes en el
Vignemal; arista de Peuterey al Mont Blanc iluminada por la tenue luz que se
esconde en los Alpes italianos... una larga exposición de momentos únicos
vividos con el común denominador de la luz que ilumina el mundo de los hombres
libres, y que nos recuerda que la vida, al igual que el día, es un periodo de
tiempo limitado. Un regalo único que debemos aprovechar y disfrutar como el
mismo momento que estamos viviendo. Momentos irremplazables compartidos con
personas únicas, vidas que comparten caminos diferentes que se juntan; a fin de
cuentas, pequeños momentos de eternidad en vidas de seres temporales. Un regalo
escondido por los dioses en lo sencillo y cotidiano de una puesta de sol.
Ya
con el cuerpo fatigado, vaciado por el esfuerzo pero plena el alma, no queda
sino retirarse a dormir para poder afrontar la siguiente etapa que nos queda en
nuestro viaje, la guinda al pastel que estábamos disfrutando.
Las
noches previas a la cumbre tienen siempre en común la incertidumbre; el
nerviosismo; la ilusión; el repasar mentalmente la ruta; el convencerse a uno
mismo de lo que va a hacer o no en función de cómo se presenten los factores
condicionantes... Las sensaciones son personales, y a esta enumeración le
faltarán o sobrarán sentimientos. Pero sobre todo y ante todo, lo que nunca
falta en una noche de refugio son los ronquidos.
Desconozco
si la Universidad de Massachusetts tendrá un estudio sobre el tema, pero desde
luego puedo asegurar, que el catálogo de posibles ronquidos que se pueden
escuchar en un refugio estaría en disputa con el más preciso inventario sobre
cantos de la avifauna del Llano Venezolano (una de las zonas mundiales con
mayor diversidad de aves). Los registros van desde el leve molesto zumbido, que
con paciencia y melatonina se puede obviar, hasta auténticos solos de tuba que
disputan con las sinfonías de Wagner. Y no es esto lo peor, ya que como si de
una orquesta se tratase, los roncadores son capaces de entablar una relación
cooperativa que desemboca en auténticos conciertos, en los que se pueden
diferenciar a los instrumentos de viento madera, viento metal e incluso a la
percusión. A la cabeza me vienen noches de insomnio en las que, a modo de final
de Blade Runner, puedo afirmar que he visto cosas que nunca podréis imaginar:
chica desesperada dando en la cabeza con una almohada a otro; otro implorando a
sus dioses que aquello termine; otro haciendo ruidos bocales
“tastastastastastas” (es dificil la transcripción) que según la leyenda urbana
funcionan para que se dejen de emitir ronquidos; otra que invoca a Belcebú para
vender su alma para poder dormir... El catálogo de situaciones, al igual que la
imaginación y la mala leche del insomnio, son infinitas.
Descansados
o no, los impiadosos despertadores tocan diana a las 6:00 am. Es la hora de
levantarse, ha llegado el momento de ponerse en pie, desayunar y a la luz de ya
las primeras horas ponerse en marcha hacia el objetivo final: la cumbre del
Taillón.
Nada
más salir del refugio, lo primero que hacemos tras calzarnos los crampones y
coger los piolets, es afrontar la rampa de nieve que desciende desde la Brecha
de Rolando. Este tramo carece de dificultad, siendo únicamente necesario
aguantar el esfuerzo de subir la pendiente de nieve como postre al desayuno. El
esfuerzo, queda mitigado por las impresionantes vistas que la altura que se va
ganando, permite tener sobre el circo de Gavarnie.
En
la subida había ya huella abierta, por lo que no tuvimos que abrir camino y el
esfuerzo por tanto era menor, aunque al no haber helado la noche antes, la
consistencia no era dura y nos hundíamos
algo.
Al
llegar a la Brecha, un nuevo e impresionante paisaje se desvela ante nosotros:
El Parque Nacional de Ordesa. Como no soy un chovinista francés ni tampoco un
cerril nacionalista español, amen que la belleza no entiende de fronteras; no
diré sino que la visión conjunta de ambos paisajes, separados por las ficticias
líneas administrativas que son las fronteras, encoje el alma.
Llegados a este punto, debemos girar a la derecha pasados ya a
territorio español, para flanquear la cara sur de la Punta Bazillac. En esta ubicación,
existen varias zonas para vivaquear. Una cama con vistas inmejorables en un
hotel de mil estrellas, privilegiado lugar que ni en los más lujosos complejos
de Abu Dabi se encontrará. Eso sí, sin servicio de habitaciones.
Como
he mencionado, el sendero (que esta helado buena parte del año) recorre la cara
sur de la Punta Brazillac, dejando a nuestras espaldas la preciosa cima del
Casco, hasta llegar al otro extremo donde se encuentra la denominada Falsa Brecha y su
característico Dedo.
El
paso del dedo es un tanto aéreo, dominando la arista el Glaciar del Taillón. Llegados
a este punto, el grupo de 4 que íbamos a intentar la cumbre se disgregó. Dos
decidimos continuar y dos se quedaron. A nuestro grupo se unió Fraçois, un
francés que había hecho noche con nosotros en el refugio y que iba solo hacia
la cumbre. Ni que decir tiene que fue bienvenido, amen que su cámara de fotos
era mejor que nuestros móviles y cámaras sin pilas.
La arista, que todavía poseía nieve la afrontamos con concentración,
aunque no encontramos ninguna dificultad ni tramo que presentase peligros más
allá de los normales y aceptables.
Superado
el paso de la arista, la senda remonta en zigzag el pedregoso lomo de la cresta
por el flanco meridional hasta alcanzar la amplia cima del Taillón. Conforme se
va ganando altura, se va dejando atrás la impresionante visión de los picos de
la cascada y por primera vez, la vista del mítico Monte Perdido y del Cilindro.
Y
así, paso a paso, llegamos al final, donde se acaba la pendiente y la visión
solo encuentra el lleno del vacío del horizonte. Línea decorada de múltiples
cimas nevadas que muestran la grandiosidad de los Pirineos y lo insignificantes
que somos pese a creernos el centro del Universo, y más irrisorios si cabe,
nuestros problemas. Quizás las palabras de Peter Boardman recojan mejor que las
mías lo vivido: “Arriba no había nada que
yo pudiera hacer o decir. Una amplia sonrisa iluminaba mi rostro, y permanecía
mudo e inmóvil mientras contemplo la belleza infinita, en estado puro que me
rodeaba. Por un instante creí que me había vuelto transparente, mientras una
sensación de humildad ante el abismo recorría mi cuerpo. Entonces me sobró todo
y ya no necesité razones”.
Tras
unos segundos de soledad con mis pensamientos, que me parece fueron años, mi
compañero y yo nos miramos, sonreímos y abrazamos. Hay momentos en los que
sobran las palabras; una sonrisa y el calor de un abrazo recogen y resumen
todos los sentimientos que se quieren expresar. Son, como bautizó Simón Elias,
esos pequeños momentos de eternidad
que se comparten y llevas el resto de tu vida en tu haber.
Pero
siempre hay dos cosas en las cumbres que tengo presente. La primera, es los
amigos ausentes. La montaña, sin el componente de la amistad, no dejaría de ser
una absurda pero bonita actividad más, y como bien sabemos no es así, por lo
menos para mí. Siempre ahí arriba hay un hueco y un momento para ellos, porque
si estoy aquí y soy quien soy, es en parte gracias a ellos. Y en este caso, dos
de ellas se habían quedado muy cerca de la cumbre, por su propia decisión, sin
dar importancia a que subiéramos nosotros. Por tanto, acordarse de los amigos
es un acto de gratitud.
En
segundo lugar, tiene su presencia el pensamiento de la bajada. Hasta que no
estemos abajo, no podemos disfrutar de lo logrado plenamente. Y es en este
momento, donde además, tengo presente a mis padres y hermano diciéndome que
baje, que no les dé un disgusto. Y como madre no hay más que una y menos mal,
toca poner todos los sentidos y concentración para lograr dicho fin.
Así,
sin más dilación y dando una última vista al regalo que la cumbre nos ha dado,
volvemos sobre nuestros pasos para poner fin a la ascensión.
Con
la satisfacción, el cansancio y la concentración; llegamos de nuevo al refugio
de Sarradets unas horas después de
partir.
Aunque
no somos súbditos de la pérfida Albión, si que compartimos el gusto y la
afición por el brindis con cerveza tras nuestras cumbres, con lo cual y a la
vista de que la bajada que nos quedaba hasta el coche era larga pero sencilla,
decidimos tomarnos un descanso brindando con Fraçois, y de paso sacar una foto
de grupo con el cautivador circo de Gavarnie a nuestras espaldas.
Del
resto de la bajada no hay nada reseñable, deshacer lo andado el día anterior y
pensar en el merecido descanso que nos esperaba en el coche. Eso sí, como era
el día de La Rioja, el estilo inglés quedaría relegado, dejando paso a brindis
más regionales a base de vino y pacharán casero.
Ya
ha pasado cierto tiempo desde que hicimos la ruta, empecé la entrada y la estoy
terminado, pero no por ello ha perdido su sentido el escribir sobre ella y las
motivaciones y sensaciones que me produjo. El sistema se ha reiniciado, nuevas
cumbres y rutas he realizado, en diferente compañía o en parte igual, ya que
siempre estarán todos en mis pensamientos. Por otro lado, y volviendo a las
primeras frases de la entrada, he tomado consciencia de que en la sencillez de
los primeros pasos está el secreto, y eso es algo que nunca se debe de dejar
tener presente.
También, y aun a riesgo de repetirme, me
he reafirmado en no perder la premisa
de conocer y vivir que reflejé en la primera entrada del
blog. Así, en esta vida, de toda actividad o persona se puede y debe, aprender;
como escribió Chantal Maudit “Ejercitarse
en el tai-chi-chuan, o en el alpinismo, recalentar un café en un fogón de gas,
contemplar una puesta de sol no son más que viáticos hacia un universo de
sabiduría”.
Para
lo único que no me ha quedado respuesta alguna, es para saber si los dioses de
la montaña son chinos. Aunque bien pensado, si se lleva siglos discutiendo
sobre el sexo de los ángeles sin sacar nada en claro, creo que pretender dar
respuesta a este enigma me llevará algo más de tiempo. Así pues, intuyo que
seguiré buscando la respuesta en nuevos horizontes y nuevas montañas, con la
mente y el espíritu abiertos, teniendo siempre presente los valores escondidos
en la sencillez del inicio.